Balada de los muebles viejos
Yo amo los muebles viejos, los muebles olvidados.
En las negras gavetas, dejó el polvo amarillo
su dulce poesía…¡Bellos tiempos pasados,
de los que sólo queda vano y doliente brillo!
En rincones de miedo, surgen, con su apariencia
de abuelas achacosas. Aún el dormido espejo—
que es el alma del mueble—copia en su refulgencia
apagada, el contorno de un amante viejo.
Con sus bocas de sombra, me hablan las vagetas
callada, blandamente; hondas voces de llanto,
que cuentan aventuras, galantes historietas
que tienen un marchito perfume de amaranto.
La cucaracha mora en hoscos recovecos;
el polvo cae silente sobre la cucaracha;
el ratón, gris y astuto, vive entre ramos secretos,
y, al más leve ruido, temeroso, se agacha,
¡Juventud que te has ido, llevándote en los brazos
la ilusión!...Ya el espejo a nuestro afán es mudo.
Las cartas perfumadas y los roídos lazos,
contra el cruel olvido, son eficaz escudo.
¿Quién no recuerda el beso dado a la blanca novia
en el sofá vetusto que hoy está arrinconado?
¿Qué corazón no sufre? ¿Qué pecho no se agobia
cuando surgen las voces de lo que ha sido amado?
¡Cuántos secretos tristes sabe el armario oscuro,
que allí está inmóvil, como si fuese un paralítico!
¡Sumergido en las sombras, tiene un aspecto duro
y audaz de viejo crítico!...
En la penumbra verde de la alcoba, el ropero
hace brillar sus lunas. Si abre sus largas puertas,
brota un dolor añoso de pacholí, romero
y caoba… ¡Oh, milagro de aquellas glorias muertas!
Junto a añosos tapices—elegantes derrotas—
el piano revela los deslustrados dientes
que royeron la música, las ligeras gavetas
en noches de flirt, vinos y billetes olientes…
¡Y tú, sólo y marchito sillón de mis abuelos,
en el que evoco siempre los sueños de la infancia;
viejo sillón forrado de rojos terciopelos
e impregnado de una linajuda fragancia!...