Nada cambió
ii.
Amarrarse a lo fugaz
es enterrar las uñas en el vacío,
dar sin esperar
sabiendo que nunca recibirás
algo a cambio
y darlo todo.
ii.
Yo me aprendí el Padre Nuestro
sin saber el peso que llevaba
cada palabra que salía de mis dientes.
Las decía porque me prometieron
que mientras más rezara
mejor estaría mi padre.
Así que recé 100 veces al día
hasta que se me secó la boca.
Nada cambió.
Rezaba más
hasta cambiar las palabras.
Sin darme cuenta
me quedaba dormida.
Ya no me importaba.
Recé tanto que se me cayeron los dientes.
Susurraba
esperando entre balbuceos
que Dios entendiera
que ya no podía esperar más.
iii.
Nunca entendí por qué
fue la voluntad de Dios
que perdiera mi casa
dentro de un fuego bendito
y por qué fue mi cruz
llevar todas las cruces
de mi familia.
iv.
Hubo una vez que abracé la esperanza
así como quien extiende los brazos
y se ofrece al viento.
Parecido al salto de fe
que hacen las personas que sacan un día
para ir a Arecibo
a tirarse ciegamente de un avión
con toda la confianza del mundo
en que el paracaídas abrirá.
Hubo una vez que abracé la esperanza
así, como sin pensarlo.
v.
Todavía rezo el padre nuestro
cuando tengo miedo.
Hay rutinas que nunca mueren
aunque ahora cambio las palabras
a propósito.