La vieja torre
De entre los muros de la Iglesia Santa
donde el cristiano a posternarse corre,
altina al cielo la cerviz levanta
ruinosa y negra y olvidada torre.
Atroz fantasma de la noche umbría
gigante o monstruoso su mirar parece;
abandonada de la tarde y día,
consuelo alguno a su dolor se ofrece.
Inconsolable su tristeza llora
cubierta siempre de aflicción y luto,
mirando al pueblo que a sus plantas mora,
la faz alegre por su llanto enjuto…
Jamás tus muros ostentaron galas,
ni de relieves tu cornisa orlaron.
Pájaro audaz, a quien vistieron de alas,
y sin plumaje a caminar lanzaron…
Ni allá en tu calva descubierta y fría,
estatua alguna ni jarrón pusieron;
al sol expuesta por tu mal te hubieron,
y a los rigores de la noche umbría.
Tu suerte llora, abatimiento y mengua,
volviendo al cielo tus cansados ojos.
El infeliz para pedir no ha lengua,
y causa, airada, su presencia enojos.
Levanta, empero, tu abatida frente
narrando al pueblo que vegeta al pie,
si la tormenta o el temblor rugiente
dañar pudieron tu arrogancia y fe.
Y si, no obstante la fatal tristura,
en esas fiestas del placer mundanas,
mostrar te vieron sin igual ventura,
con el estruendo de tus tres campanas.
Y cuando ansiosa, la traidora muerte
robara al padre, al hermano, al hijo,
mostrar te vieron tu pesar inerte,
con tierno afán, con interés prolijo.
II
Aun conservo yo en la mente
recuerdos de ti halagüeños;
entonces tranquilamente
mi vida corrió entre sueños
como entre juncos la frente…
¡Cuántas veces, siendo niño,
el estudio abandonado,
a tu cúpula trepando
iba en pos de tu cariño,
los peligros olvidando!
¡Y tus anchos escalones
cuál presuroso salvara,
despreciando las visiones
que la claridad causara
en tus oscuros rincones!
¿Y no te acuerdas del viento
cuál bramada furibundo,
remedando el ronco acento
de un cadáver macilento
al despedirse del mundo?
¿Y las veces que, en tu altura,
contemplaba indiferente,
el transitar de la gente
y la variada pintura
de esa ciudad inocente?
Y en la tranquila mañana,
¿no te acuerdas cuando allí
to tocaba la campana,
por el que en hora temprana
finó su existencia aquí?...
Y con sencilla, alegría
cinco golpes yo le daba,
y hasta cinco repetía,
y la campana mostraba
del que muriera, aquel día.
Entonces ¡ay!, inocente,
sólo placer y ventura
yo gozaba blandamente;
hoy el dolor y tristura
han marchitado mi frente.
Y ya ese ronco tañido
me cubre de negro espanto,
y al recordarle, afligido,
lanza mi pecho un quejido,
y mis ojos riega el llano.
III
–¡Oh, triste, sola y descuidada torre! :
guarda tus sombras y también mi historia,
y al pueblo deja, que a tus plantas corre,
tu afán descuide, tu interés, tu gloria.
Que tu campana clamoreando en tanto,
verdades grandes mostrará cuitada;
¡que es todo ruinas y miseria y nada,
cuanto cobija de la tierra el manto…!