¡Madre! ¿Por qué no vienes?
¡Tú me diste tu sangre, tú me diste tu vida;
Tú dejaste en mi alma una luz encendida;
Tú cuando yo lloraba con dolor en mi cuna
Mi sien acariciabas como un rayo de luna!
¡Si mi pecho sangraba con las duras espinas
Tú vendaval la herida con tus manos divinas;
Tú alumbraste con mi senda con tus ojos serenos,
Tú me diste la savia de tus próvidos senos!
Hoy recuerdo tus frases, tu canción, tus arrullos,
Y tus dedos sedosos como blancos capullos.
Tus dedos que secaban el sudor de mi frente
Y el llanto de mis ojos tan cariñosamente!
Hoy no tengo la cuna. Hoy traspasa mi pecho
El puñal del amigo, y es de piedra mi lecho;
Hoy no tengo tu seno, tu seno blanco y mío,
Hoy tu calor me falta, hoy me muero de frío!
Ya no tengo tus besos, tus divinas canciones;
Hoy me sigue en cortejo de negras maldiciones;
Hoy los besos que siento son los besos de Judas;
Hoy me arrastro en silencio mordido por las dudas;
Hoy quieren desgarrarme las manos asesinas;
La corona que tengo, como Cristo, es de espinas.
¡Si vieras madre mía, lo mucho que he llorado,
Lo mucho que he sufrido sin tenerte a mi lado,
Romperías la losa de tu tumba cristiana
Por venir a escudarme de la injusticia humana,
Vendrías a ser mi guarda, mi protectora santa
Para quitar las piedras que hacen sangrar mi planta!
Mas ¡ay! Sueño imposible! Tú seguirás callando;
Yo seguiré sufriendo, yo seguiré llorando.
Veré mis locos sueños trocados en cenizas;
Viviré siempre triste, no escucharé tus risas
Que eran como gorjeos. Ni tus manos de lirio
No calmarán la fiebre que me causa el delirio!
¡Oh, tumba que en tu entraña aprisionadas tienes
Sus manos hechos polvo, manos que de mis sienes
Calmaron dulcemente el sangriento martirio!
¡Devuélveme a mi muerta! ¡Que sus manos de lirio
Busco desesperado para enjugar mi llanto!
¡Devuélvela a mis brazos! ¡La necesito tanto!
¡Madre mía! ¿No escuchas? ¿Por qué el vuelo detienes?
¿No escuchas que te llamo? ¡Madre! ¿Por qué no vienes?