4 de Julio
Pueblo gigante que jugaste un día
tu vida de la suerte á los azares
y que en lucha bravía,
hiciste descender la tiranía
herida en sus cimientos seculares
que en su dominio mismo,
grande epopeya de inmortal ejemplo,
los tiranos hundiste en el abismo,
filisteos del error y el despotismo
muertos bajo las ruinas de su templo;
no te detengas hoy; la inmensa lumbre
del placer no la extinga helado cierzo
que por algo te encuentras en la cumbre
sin más auxilio que tu propio esfuerzo;
por algo destrozaste en mil pedazos
la cadena en la faz de tu verdugo,
supiste desatar todos los lazos
y triturar, furioso, entre tus brazos,
el yugo secular, el torpe yugo;
por algo te lanzaste á la pelea
que te dió el lauro de inmortal victoria,
combinaste el acero con la tea
en lucha desigual, sin otra idea
que vivir libre ó sucumbir con gloria;
y un pueblo que su sangre nombremente
dió por su libertad y con nobleza
rinde culto, orgulloso y consecuente,
al albor de su espléndido presente,
á la cuna feliz de su grandeza;
y del recuerdo ante la inmensa pira
eleva al cielo místicas canciones,
pueblo es cuya grandeza nunca expira,
á quien el mundo con respeto admira
y Dios derrama en él sus bendiciones.
No te detengas: á tus pies la fama
es de tu hermosa redención testigo;
Dios satisfecho de tu ideal aclama,
bendice tu misión y va contigo;
no se mezcle la voz de tus clarines
con el triste lamento
del esclavo incapaz de nobles fines,
ni mengüen el rumor de tus festines
los continuos bostezos del hambriento;
no hieran ni perciban tu oídos
las reticencias del rumor insano,
ni turben el placer de sus sentidos
el grito de los pueblos oprimidos
ni los clamores del dolor humano.
¿Acaso el mar detiene su oleaje
á los gritos del náufrago que implora?
¿Acaso es un ultraje
que la llama voraz, desoladora,
no se detenga ante el fatal presagio,
de destruir lo que causando asombro
sufrió de enteros siglos el contagio?
¡Pasa sereno el mar sobre el naufragio!
¡La llama es impasible ante el escombro!
Marcha adelante; sordo á los clamores
que el pueblo lanza en su dolor profundo;
si al mundo no importan tus dolores,
no te importe el dolor que sufre el mundo.
Es invariable ley del egoísmo,
mirar, estóico, la desgracia agena,
aislarse en la grandeza de sí mismo.
¡Pueblos atados con la vil cadena!
no espereis, impasibles, que descienda
como el maná la libertad del cielo,
que no es la libertad una prebenda
con que se premia la inacción.
El velo
que cubre, fiel, la libertad sagrada,
como en estuche el fecundante grano,
hay que rasgarlo, en bélica oleada
con el cortante filo de la espada,
atrevido y audaz, fusil en mano.
Infeliz del que abrigue la esperanza
que ha de llegar la libertad, al cabo,
de los grandes oprobios en venganza,
compadecida del clamor que lanza
en sus tristezas el hogar esclavo.
Infeliz del humilde que de hinojos
envilecida posición del paria,
eleva al cielo sus nublados ojos
y, por su libertad, una plegaria
murmura entre medrosas convulsiones
del civismo en desdoro y en despecho;
la libertad no gusta de oraciones
cuando no las pronuncian los cañones
en el altar hermoso del derecho.
No te detengas; el progreso humano,
carro de luz que por el mundo rueda,
avanza soberano
y, aplasta, sin piedad, como á un gusano,
al que en la marcha proseguir no pueda.
¡Desgraciado del débil que no tiene
fuerza para la inmensa trayectoria
y en mitad del camino se detiene . . . !
muere aplastado y ni siquiera viene
á recoger sus lágrimas la historia.
¿El débil dije? No. Es el cobarde
en la molicie y servidumbre abyecto;
en sus arterias el valor no arde
para afrontar las glorias del trayecto;
es el esclavo que en la paz serena
de la abyección inicua, deprimente;
con la impotencia excusa su honda pena
y soporta, impasible, la cadena,
y humilde baja la abatida frente.
¡Luchar! ¡Luchar! ¡Luchar! tal es el reto
que el destino, inmutable, al mundo lanza.
en la lucha divina está el secreto
que oculta el bienestar y la esperanza.
El pueblo que sumiso y aterido
deja al azar del porvenir la suerte,
perecerá, como átomo, barrido
por las ráfagas frías de la muerte.
Y sin dejar de su infeliz memoria
huellas que al mundo de su honor convenza
huellas que al mundo de su horror convenza
tal vez lo cite la implacable historia . . . !
¡cómo una mancha de la humana escoria!
¡cómo un girón de oprobio y de vergüenza!
Cervoni Gely, Francisco. "4 de Julio." Poetas puertorriqueños: Selectas composiciones líricas, edited by María Luisa de Angelis, San Juan, 1920, pp. 83-6, Colección Puertorriqueña, Biblioteca Lázaro, Universidad de Puerto Rico, Río Piedras.
Rights: Public domain