Anhelando
El día que decidiste dejar de luchar
con la memoria, me hiciste derramar
corrientes tibias sobre el rostro.
Te sentí, lentamente apartarte
del cuerpo que habitaste.
Te balanceaste en ese limbo
que nos avisan desde el más allá.
Fue largo y tedioso el camino
y la espera se me hace peor.
¿Volver a verte?
¿Reducida en imagen del ayer?
¿Mirándote entre los dedos?
¡Sí! Solo yo; clamando
tu faz, tu cuerpo, tu tibieza maternal.
No sé cuándo, ni cómo llegaste.
Yo –solo– llegué a verte cuando ya te ibas.
Allí plácidamente en ese sueño eterno y lejano.
Siquiera, a tu lado, podía sentir las manos frías
de un ayer de dulces secretos y ternuras cálidas.
¡Fueron días ajenos al momento!
Días de quietos susurros
por los afables parajes
de cantos matutinos y de caña en flor.
Hoy me pierdo en las notas cóncavas
de la banda de acero, irrumpe la música.
Me embriaga. Acompasada voy, deslizándome
a la esencia de nuestro mar,
a sus orillas resplandecientes, tibias y lejanas.
¿Qué hacer con el sentimiento
que aumenta por ti y la patria?
¿Dejarlo esparcir por las sendas
de lo que jamás compartiste conmigo?
Pese a los secretos, las conozco, me has dado
visos de verdad en tu ausencia.
Soy feliz de conocer
mi refugio en esta tierra
de saborear en mis caderas rítmicas,
la cadencia de la herencia caribeña
que trepida hasta en la memoria.
¿Qué haría si te volviera a ver?
¿Te diría lo que estos años
me han obsequiado o me perdería en tu calor?
¿Serías complaciente conmigo?
¿Como lo fuiste desde el despunte de mis días?
El día que me vaya, solo querré
encontrarte en el más allá. Y si no sucede,
quedaré perdida, desquiciada y angustiada.
Me percataría tardíamente,
que toda la vida viví el peor engaño.
Ansiaba envejecer para llegar hasta ti
y encontrarte en desconocidos parajes.
Al otro lado del portón consagrado
con las ánimas vivarachas en nuestra
patria celestial, alardeando el infinito éxtasis de libertad.