La mujer
A mis queridas amigas C. y R. C.
Ya que en el antiguo libro
donde conservo mi historia
una graciosa memoria
habéis puesto para mí:
justo es que la lira mía
deje un momento el olvido
y os lleve en grato sonido
la gratitud que aprendí.
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En otro tiempo sus cuerdas
me daban notas sonoras,
cuando volaban las horas
de mi ventura fugáz;
mas hoy que la edad y el tiempo
rompieron mis ilusiones,
solo débiles canciones
en sus cuerdas puedo hallar.
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Pero así, débiles, mustias
tal vez sin gratos olores
hoy os ofrezco las flores
que arranco de mi laúd:
para probaros con ellas,
que de la ansiedad la palma
si se cultiva en el alma
dá flores de gratitud.
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Voy pues a grabar en versos
una lección cariñosa;
página que os lleve ansiosa
Un recuerdo de mi ser,
Y os diga, cómo es que pienso
Acá en mi númen fogoso,
Sobre ese ser misterioso
Que se llama La Mujer.
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¡La mujer! Su nombre solo
llena la historia del mundo;
ella es el árbol fecundo
que Dios puso en el Eden,
y en ella está vinculada
la desgracia ó la ventura,
el placer ó la amargura,
todo el mal ó todo el bien.
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Ella es la madre del hombre,
la que le da su cariño
y le inculca desde niño
ideas de amor y bondad;
sin ella no hubiera dicha
que el hogar constituyera,
ni su familia existiera,
ni fuera la sociedad.
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Pero aquí os hablo sin duda
de ese ser que me enagena,
de la mujer, dulce, buena,
nó de la mala mujer.
la primera en Dios se inspira
y su rumbo sigue al cielo,
la segunda en torpe vuelo
se lanza hasta Lucifer.
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A esa segunda mi labio
para cantarla está mudo,
que mi lira nunca pudo
jamás el vicio ensalzar;
ni producir gratos sones
para ese ser inconsciente
que lleva escrito en la frente
el desprecio universal.
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Mas la mujer virtuosa,
la que su misión comprende,
la que en nuestro pecho enciende
sagrado fuego de honor;
esa el mundo civiliza,
la humanidad regenera
y reparte por la esfera
el bien, la dicha, el amor.
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Para ella mis cantos vuelan
entre mágicas visiones,
forjando nuevas creaciones
entre nubes de zafir;
porque en ella miro ansioso
para la infancia querida,
el gérmen de nueva vida,
de un risueño porvenir.
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Ella es la madre amorosa
que vela cabe la cuna;
ella cuenta una por una
nuestras horas de pesar;
y con su cariño eterno
sabe enjugar dulcemente
alguna lágrima ardiente
que vé rápida cruzar.
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Ella el corazón nos forma
nuestras acciones dirige
y hasta nuestros pasos rije
por el camino del bien;
por eso jamás un pueblo
será feliz, en lo humano,
si no forma el ciudadano
la mano de la mujer.
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¡Oh! La mujer virtuosa
que en el fondo de su pecho
sabe unir en lazo estrecho
modestia, honor y lealtad,
esa es el iris divino,
del hogar la blanca estrella
y la página más bella
que guarda la humanidad.