Rosa marchita
—¡Pobre flor! ¿dónde ha volado
la belleza de tus hojas
frescas, puras y fragantes,
que ostentabas orgullosa?
¿Dónde están las ricas perlas
Que adoraban tu corola,
—dulces gotas de rocío,
que la noche silenciosa
En tu esmalte derramara
Para espejos de la aurora—?
¿Qué se hicieron, ¡pobre flor!
los envidiados aromas
que, en torno tuyo, atraían
las pintadas mariposas,
los alegres pajarillos,
las abejas laboriosas,
que a una voz le saludaban
por fragante y por hermosa?
¿Dónde volaron los días
de tu ficha encantadora,
en que tiernas te halagaban
mis bellezas cariñosas,
dulces besos imprimiendo
en tus cien purpúreas hojas,
tus colores comparando
con sus mejillas hermosas?
¿No recuerdas, ¡pobre flor!
el placer de aquellas horas
en que, reina del pensil,
te mecías voluptuosa
al susurrante compás
de frescas auroras sonoras
mientras todos te adoraban
por fragante y por hermosa?
¡Triste flor!, ya nada existe:
se disiparon tus glorias,
cuan ante el sol esplendente
desaparecen las sombras.
Todo pasó, mustia flor;
y, si vive en tu memoria
ese recuerdo de ayer
que la existencia destroza,
deja que vaya también
do se hundieron tus historias;
porque las dichas que fueron,
al corazón acongojan,
y más valiera, al perderlas,
perder también la memoria…
¡Infeliz!, te compadezco
y, al ver tus marchitas hojas,
descoloridas y ajadas
desprenderse unas a otras,
tristes lágrimas de fuego
a mis pupilas asoman;
porque así las ilusiones
con crueldad nos abandonan.
Al verte así despreciada,
seca, mustia y sin aroma,
abandonada de todos,
—dulces auras, mariposas,
abejas y pajarillos
que besaban tu corola
cuando, reina de las flores,
te ostentabas orgullosa; —
al pensar que del rocío,
no te humedecen las gotas
para en su cristal luciente
retratar la bella aurora:
¡cuán amargos pensamientos
la dulce calma me roban!,
porque en ti —flor desdichada—
y en la desgracia que lloras,
veo triste una verdad
acerba y desgarradora;
verdad que pasa en el mundo
cada instante, cada hora.
y, por esto, si el rocío
ya no humedece tus hojas
¡de pesar lágrimas vierto
que, tristemente, las mojan!
¡Cuántos hombres —pobre flor—,
en ti leerán sus historias!
ayer, grandes, ensalzados<
y hoy, que sus males deploran,
ven huir los miserables
que hasta acataban su sombra;
y en su dolor nada encuentran:
ni una voz consoladora,
ni un amigo que les tienda
dulce mano cariñosa.
Porque todo era falsía,
caricias engañadoras
que, al asomar la desgracia
su faz macilenta y torva,
huyeron y los dejaron
con su duelo y sus congojas.
Vé, pues —flor desventurada—,
las ideas pesarosas
que, al ver tus galas marchitas,
la paz del alma me roban…
Y, en vez de dulce rocío,
¡cae mi llanto en tus hojas!