Espejo 9: Tertulia
Sube a mi alcoba, querido hombre,
y detente a dialogar conmigo. La
mesa del café ya está arreglada,
como cena triunfal al solitario, y las
galletas predispuestas
a saborearse en su silente victoria,
entre tertulias de vidas suspensivas
en el sabor de la memoria,
que pierden la guerra del silencio
a una prohibida miseria.
La ventana se ha abierto
para recibir la brisa de la burla,
que desde el mar me trae noticias
de una ola sin rumbo.
Y la fragancia que invade
me huele al todo de mi esencia:
a la nada de palabras
que no vuelan sin licencia
y que caen al suelo ante el
espectro de la triste tendencia.
Sube a la alcoba, hombre,
y conversa conmigo otra vez.
¿Ya ves? Las gentes caminan,
y no miran arriba.
Y yo mirando hacia abajo,
contigo imagino,
que sus cuerpos no son cuerpos,
sino un lienzo desmedido
en las manos atrevidas
de algún pintor entrometido.
Y ahora que has subido,
comienzas a desenvolver parlamentos.
Pero, de cierto no te escucho, solo
veo bailarines comienzos, que me han
dejado descubriendo el valor de tu
ascendida;
de hablas que no dicen
en lo profundo de la alcoba
perdida, calladas y sumisas ante el
poeta en su morada incomprendida.
Habla conmigo, hombre;
mi fiel amigo y brutal enemigo.
Siempre cada tarde
has encontrado un desnudo motivo de charlar alguna idea,
alguna locura derramada en el piso, en donde no hubo luz,
sino un resbaloso laberinto
de segundos líquidos sobre
puentes desvanecidos.
Y tu rostro... aquiétalo un minuto,
hombre del habla mudo.
Me recuerdas al rostro
de un ser pintado y destruido
de un libro de profecías anticuadas:
como un bosque de hojas
usurpadas castigando a la tierra por
no llegar a su centro de herejías
sagradas,
al parecerse a ti, en tu curioso
empeño de ser mi segundo.
No, aún no bajes, la tertulia no termina,
el silencio nos aguarda.
¿No ves que eres el que en repetidas veladas,
amé en desmedida?
Fuiste un extraño fantasma
que cubrió la puerta de mi mirada,
con múltiples salidas que conducían
cada cual a la misma entrada,
para luego abrirla, descubierta
de tu mano de tristeza cumplida.
Pero no fue suficiente, porque al alba
en mis cóleras sin freno,
te odié frente al espejo y reproché tu escalera
por no ser espiral
hacia la eterna búsqueda del poco encuentro
en el arte del desespero.
Y te fuiste de aquí porque no supe
cómo decirte lo que siempre decía:
que vi en tus ojos, y hablé en tu boca,
pero nunca toqué con tu dedo.
Y aquí estás hablando conmigo.
Casi te vas, casi te quedas.
Y tus ojos no miran porque hablan
a la ventana de mis quejas,
frente a la mesa, frente al café,
las galletas y el espejo;
frente a mí, frente a la cumbre
de mi conformidad y deseo.
Pues si tu cuerpo se pudiera
separar de mi espíritu por
siempre, ya no pudieras dialogar
tan fluidamente aquí en mi alcoba,
en el cajón de mis juicios sin
cordura y mis dormidos desvelos.
Así que baja oh hombre,
y recuerda subir otra vez a la ventana,
para que no digas nada,
cuando del todo se colme tu mirada.
Ahora, desciende hacia la calle y
pretende que no hablaste conmigo,
para que quieras confundirte en las
tertulias del hombre aburrido, y otra
vez la ocasión te demuestre que
solo hablaba conmigo mismo.