Lo que dice el aeroplano
Sobre erguidos campanarios de vetustas catedrales,
sobre cúpulas doradas y edificios señoriales,
sobre monte, gruta y llano, parapeto y peñascal,
el monstruoso alción del siglo, con sus alas extendidas,
sobre pueblos y ciudades asombrados y aturdidos,
dice todo cuando sigue con su verbo excepcional:
Soy el último delirio de aquel Siglo XIX
que en su lecho de laureles epiléptico se mueve,
ya cansado de la lucha como un viejo general;
soy la fórmula gigante de sus últimos empeños,
el problema ya resuelto que era el alfa de sus sueños,
y el principio generoso de la paz Universal.
Mis progresos son victorias, las magníficas victorias
de la Ciencia y del obrero, cuyas prácticas y glorias
dejan trazos indelebles en la humana evolución,
mis dominios son inmensos porque dan al infinito
donde no mandaron dueños, donde todo fue bendito
desde el día que hubo cultos y hubo amor y religión.
Yo sorprendo con mis alas a las mismas tempestades:
soy asombro y esperanza, y a vencer dificultades
nadie puede aventajarme, ni lo pudo suponer,
porque el hombre que hizo el barco contó siempre con el viento,
con el lomo de las aguas del magnífico elemento,
pero sólo en sueños tuvo la noción de mi poder.
Mientras tanto trabajaban en secretos atareos
los excelsos de la ciencia, los invictos Prometeos
que en la roca del martirio sufren penas hasta el fin,
y al calor de sus trabajos persistente y generoso
dieron formas materiales al ensueño de coloso
que Dumont tuvo en América y en Europa Zeppelin.
Yo domino los espacios que engalanan las estrellas,
y no dejo en mi camino ni mis sombras ni mis huellas,
cuando lanzo por los aires mi gallardo pabellón,
y al vencer inconvenientes los que fueron mis creadores
me impusieron con su esfuerzo la pasión de sus amores
por las luchas radicales y la humana redención.
Otros tiempos fabulosos vieron máquinas de guerra
cubrir campos y ciudades destruyendo de la guerra
ciencias, artes, monumentos, con las califas de Omar;
y jardines encantados en la egregia Babilonia,
y mosaicos granadinos y amuletos de Sidonia,
y galeras que batían, blancos ansares, el mar.
Eran tiempos de conquistas por la fuerza y por el hierro,
en que el César era invicto y el esclavo en su destierro
como ser sin esperanzas soportaba su abyección;
eran tiempos de milagros y dramáticas leyendas,
de pasiones siempre vivas y aventuras estupendas,
de salvajes heroísmos y exterminio y convulsión.
Aparecen en las sombras de esos tiempos olvidados,
Galileo que amó al cielo con sus limbos estrellados,
Aristóteles, el canto, que era enorme en el saber,
y no existen en los viejos pergaminos de la Historia
ni el despojo de sus carnes ni los mirtos de su gloria;
porque el tiempo lo hace todo, mas lo vuelve a deshacer.
Duermen héroes y tiranos en sus criptas funerales,
duermen sabios y poetas sobre lauros inmortales,
todo en polvo se convierte, nada puede subsistir,
y, salvado de las ruinas y vencido lo posible,
tiendo yo mis alas anchas que investigan lo invisible
sobre el genio del pasado con mi rumbo al porvenir.
Mi dominio es lo ignorado, lo que llaman firmamento,
mi auxiliar es el acero, mi mecánica es el viento,
mi esperanza es el reinado de la ciencia y el Amor;
yo uniré todas las almas en conjunto inexplicable,
porque siendo yo el Progreso soy también inexorable,
la retranca de la guerra, su vestigio y su terror.
Yo suprimo las trincheras y al terrible acorazado
cuyos flancos el mar bate, de sus fuerzas indignado,
pronto al mundo por inútil con valor denunciaré:
sobre todo afán de muerte tenderé mis pabellones,
destruyendo iniquidades y ofreciendo a las naciones
nuevas fórmulas de vida, nuevos símbolos de fe.
Como el águila gloriosa del progreso culminante,
yo diré lo que no han dicho redentor ni navegante
de las cumbres himalayas y del piélago polar;
lo que abarca el pensamiento será luego conocido;
¡Soy el águila del genio que abandona ya su nido
y procura nuevos reinos sobre el monte y sobre el mar!
Nadie puede, sin seguirme, sorprender mis aventuras,
aunque escale del planeta las espléndidas alturas
que coronan albas nieves como clámide inmortal,
porque tengo alas de cóndor y pulmones de gigante
y en mi seno está la chispa que hace el oro y el diamante,
la sustancia misteriosa de la fuerza universal.
Puedo ver cómo la tierra se conmueve en su cimiento;
ceiba inmensa en la llanura, palma erecta en el jardín
y a mi paso sobre todo lo que Dios puso en la tierra,
siento el himno del insecto con sus émulos en guerra,
la sonata de las aves y el perfume del jazmín.
Soy del siglo XIX, pero rompo en el presente
la crisálida pomposa del enigma trascendente
que fué duda, sacrificio, privilegio y excepción:
la mecánica es mi madre y el artífice es mi hermano:
¡soy el símbolo del genio! ¡soy el cóndor soberano
que proclama en los espacios la futura redención!