El calvario de los bueyes
Pobres bueyes,
esos bueyes silenciosos
de las viejas carreteras,
con sus ojos lacrimosos
y sus profundas ojeras…
Bueyes viejos y dormidos,
bueyes sordos a los ruidos
de los autos vocingleros;
bueyes sordos y pacientes
que marchais indiferentes
al camino y al sembrado
y a los rojos mataderos.
Conductores del arado,
hércules de los senderos,
simbolismos del pasado,
reyes de los mataderos…
Pobres bueyes!
Ya la carne vieja y dura
de sus lomos no supura
bajo el hierro de las varas;
ya no gimen, ya no imploran,
pero mirad en sus caras
los dos ojos. Cómo lloran!
Pobres bueyes!
Esos bueyes silenciarios
que caminan solitarios
sobre el polvo y la maleza;
pobres bueyes silenciarios,
al mirar vuestros calvarios,
mi espíritu se hinca y reza.
Pobres bueyes!
Pobres bueyes. Caballeros
de la Orden santa y pura
del Silencio y el Destino.
En la plácida llanura,
en el estrecho camino
y en los azules senderos,
sois el alma, sois la dura
expresión de los dolores,
de los negros sufrimientos,
de todos los sinsabores,
y de todos los tormentos!
Pobres bueyes!
Sois el alma blanca y fría
de alguna filosofía;
sois un precepto divino;
sois un viejo pergamino,
el final de un cuento trágico,
el negativo de un mágico
poder de sabiduría.
Pobres bueyes!
Rezad conmigo, almas buenas,
por las ánimas serenas,
por las ánimas sufridas,
por los cuerpos lacerados
de los bueyes olvidados
sobre el polvo y la maleza.
Rezad conmigo, rezad.
Mi espíritu se hinca y reza:
Señor! Tú, que eres bueno,
Tú, que eres santo
compadece a los bueyes que sufren tanto!
Ten piedad de sus carnes, buenas y duras,
de sus ojos serenos y lacrimosos.
Ten piedad de los bueyes, tan silenciosos,
y aliviales por siempre sus amarguras.
Ten piedad de los bueyes, tan silenciosos,
tan sufridos, tan nobles y cariñosos
Ten piedad de los bueyes,
azotados sin tregua por el destino,
por la mano inclemente del campesino
que no entiende de códigos ni de leyes.
Oh Señor! Ten piedad de los bueyes,
ten piedad de los bueyes!