Cinema Paradiso
He vivido alrededor de la música,
Alrededor de la poesía,
Alrededor de la pintura.
Incluso de la religión si la tomamos como arte.
Pero el cine, hechizante linterna, el cine es como una misa
Una experiencia religiosa y colectiva.
Una película ya se sabe es también nuestra existencia.
La vida imita al arte, ya lo han dicho:
Un gran cinema crepuscular y alucinante es el mundo.
Desde Vanesa Redgrave semidesnuda y descalza
Sólo bailo invocando las musas
Que supo robar a mi primer amor
Isadora Duncan, después ya no hubo nada que me asustara
Excepto la ordinariez pedestre de la democracia gringa.
Tal vez Eleanor de Aquitania calmó mi corazón,
Alguna brumosa tarde de otoño, mientras
Rosa Luxemburgo cojeaba por barrios quejumbrosos,
Exhausta pero con fijo rumbo, no sé si en Reds
O –dudo– en aquella de Margaret von Trotta,
Y Carmen hacía de Don Juan Tenorio en Saura,
Y el ojo tajeado del perro andaluz
Con las hormigas –inquietante surtidor–,
En el gabinete del Dr. Caligari,
Cuando yo sabía huir por replicante
En un desliz de Chaplin besando a aquel mocoso con amor
De vagabundos, ¡Ah! Y Renoir con la orquesta de señoritas
En el patético campo de prisioneros,
Patrióticas y grotescas caricaturas en ese largo encierro
Del hombre y la muy civilizada guerra,
Y se cerraba el cerco vergonzoso
De la muerte en Venecia, siempre sensual,
Con un trío de laúd y mandolinas para Orfeo de Cocteau,
Con filloas y anís de carnavales, cuando por el espacio
Hablaba y danzaba su odisea Zaratustra;
Y cómo no rememorar la exquisita foto de la última cena
De Viridiana y la inmensa nostalgia de Amarcord,
Mientras milicos locos de semen y sangre pueblan
Los mingitorios ebrios por los dulces y pérfidos perfumes
De la tierra, en ese ajedrez con la propia muerte
Bergmaniana en el séptimo sello,
Después de masturbarme con la canción
De Jean Moreau en Brest donde Querelle
Trafica narcóticos marinos, soñando
Aquel tren atroz de media noche…
Y la mar, ¡Ah, la mar! Era la Josephine Baker
Suspirando como sirena:
J’ai deux amours mon pay et Paris.
J’ai deux amours… larilará laralarí
He sentido tanto, tan y tan adentro de la carne el cine:
Sus húmedos y agrios olores –hoy sólo son nostalgia azul
Del carbón de las entrañables estaciones–
De nebulosas nicotinas de muchachos inquietos,
Soñando traviesas colegialas que siempre sueñan con huir,
Hacia… la verdadera vida inexistente, lejos,
Lejos, siguiendo algún acartonado camino amarillo.
Los filmes son, os lo aseguro,
Románticos espejos y líricos poemas destapados
Como las ollas negras y lunares del Walpurguis,
Como esas épicas y abigarradas noches de Bagdad,
Con todo y alfombras voladoras y hechizadas lámparas,
Llenas de olores de jazmín
Debajo del lamento sordo de los eunucos,
Con chalecos y babuchas de seda nacarada
Y terciopelo púrpura, bajo los tules de celuloide
Quemándose en la oxidada pantalla.
He llorado Nilos y reído hasta gemir.
Tantos espasmos tenues, lacónicos suspiros,
Sollozos apagados en la penumbra.
Tanta pasión y excitaciones álgidas,
Con tanta gente alrededor, en el silencio agónico
De cremalleras y medias de nailon en el roce de una falda,
Y mientras en el desliz de alguna lágrima se escondía
El primer beso y aquel batir de miembros y de lenguas;
Tanta gente en trance hipnotizada, –silencioso coro griego
Así en la oscuridad– como Norma Desmond dijo,
Acechándonos con sibilinos arabescos, desde el otro lado
De ese espejo, penetrando con sus ojos de bruja,
La crepuscular y obscura sala:
And those wonderful people out there in the dark…
Entre sueños recurrentes, romances y terribles pesadillas,
Siempre hasta el final para soñar y abolir
Este país de zombis que es una ridícula película B,
Y como dice esa canción de Elton John,
Donde se metieron y bebieron el presupuesto,
Tomándonos el pelo otra vez y sin ningún crédito:
I´ve seen that movie too.
Aunque solamente queden hoy los 120 días de Sodoma
Y la cámara como un arma, en el estado de las cosas
De Wim Wenders, y los perdidos cubalibres
De Atención a esa prostituta tan querida,
Estrellados una y otra vez
Contra la pared sin culpas, y la fucking ley del deseo
Como el chicle del hastío (de la angustia me-lan-có-li-ca
O el amor derrotado por el tedio)
Que pegara Marlon Brando,
Debajo de la baranda del balcón del último tango en París.