El patio del asilo
Humilde y silencioso, como un anciano mudo,
el patio del Asilo sale blanco y desnudo
a ver el sol, que vuelca su oro matutino.
Tiene en la sombra casta su sueño clandestino
la soledad, hermana de la filosofía…
La Capilla Católica de la Virgen María
muestra, con gracia pura, su verde enredadera.
(¡Quizás allí la Virgen colgó su cabellera!)
La hierba que allí crece, menuda y solitaria,
junto a las viejas piedras, sabe de la plegaria…
¡Y la luz, como una melancólica sierva,
llena de timideces, pide amor a la hierba!
Las leves ancianitas, como aves sin nido,
murmuran encorvadas, sin voces ni ruido…
Ellas no ven el mundo, que ajó su carne pobre;
sus corazones tristes sólo se afirman sobre
una piedad de almas floridas y humildosas…
Hay en aquel silencio de sol cándidas rosas,
que suben, con sigilo de novias, hasta el muro,
para decir al Diablo lo que es un signo puro…
Por los pasillos, ricos de cariciosas plantas,
se ven, como en un lienza, las limpias formas santas
de las monjas que cruzan, con sus cofias de nieve
y sus negros sayales. Nadie a romper se atreve
aquella paz bañada de incienso y oraciones…
¡Dios no hay olvidado nunca los buenos corazones!...
Cuando llueve su fresca ternura la campana
y el albo cáliz dice su misa la mañana,
y corren, largamente, las cuentas del rosario
bajo el humo gozoso del silencio santuario,
oigo el vago aleteo de alguna golondrina
que anida en el hueco del altar se adivina…
¡Y en este patio antigüo, donde su gloria vierte
nuestro Señor, apenas se oye venir la Muerte!...