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El Proyecto de la literatura puertorriqueña El Proyecto de la literatura puertorriqueña

Extranjera II

Iván Silén

1980

Niña de la sensibilidad

electrocutada,

por qué caminas

con tus pies de átomo,

por qué has venido a la tierra de la muerte,

mujer desconocida.

 

No me mires de frente

porque me apagas,

me cortocircuitas la noche

donde el monstruo microscópico

me muerde la garganta.

 

Estoy enamorado de la fiebre

porque eres un pájaro

parecido a la K,

eres una tráquea que solloza

aunque estés debajo de mi abrigo,

y no sepas la primera letra

de tu nombre, ni uses

tu rostro falso.

 

Dime,

qué haré con tu esqueleto

si se vuelve mariposa.

Qué haré con tu voz

si me vistes en el siglo 16.

Detrás de la catedral

¡tú! escondiste la nariz 

y vendiste mis orejas 

a las estatuas.

 

Cállate, no hables

en ondas electrónicas,

no me digas que me amas,

latente, cuchillo en mano,

no te vistas el siglo 18,

retrocede,

siéntate en tu sombra,

para que yo,

enamorado de la fiebre

y oliendo a madera cortada

pueda ofrecerte el ajenjo

en una caravela

o en el residuo de un ojo.

 

Gentileschi–no sé si así es mi nombre–

y tú la “Tocadora del Laúd”,

en la plaza de la Catedral de Siena,

o tal vez, extranjera,

tú, Boticelli, y yo “Retrato de un Desconocido”.

No te asustes,

no te levantes,

–el tiempo es solamente otro poema–

lo demás es el insomnio.

Estoy en la voz de la estatua,

–y tú lo sabes–

si me llamas

mi cabeza rodará

de nuevo en la canasta.

Extranjera,

no dejes caer tu arteria pulmonar,

pues el esternón y el pájaro

que llueve sobre el seno 

son la noche que te permiten

mirarme desde lejos.

 

Sabes que hiedo,

que mi cuerpo hermoso

como una copa destruida

se descompone

en el funeral que celebran los verdugos

frente a ti,

detrás del lenguaje,

en el mismo lugar de la Catedral,

leyendo –a pesar del patíbulo–

el poema que leyeras.

 

Extranjera,

de qué color tengo los ojos,

tú que velaste el féretro

en el año 1857,

dime si todavía soy la Bruja

o si seduzco cariátides,

o si los monjes recoletos

me buscan, me asesinan,

me callan.

 

Está lloviendo en la corteza cerebral,

extranjera, y la ciudad

puede ser el lugar del destino,

porque dios me persigue

a través de tu falda,

y traigo la misma hiena

en la pata del animal oscuro.

Aunque mi pelo no huela a sífilis,

cuando quiero comprar los homopétalos,

la puerta del hospital vacío.

 

No pronuncies el nombre

ni el electrón

de quien me habita.

Estoy en medio de la Catedral, extranjera,

y traigo tu cabeza

en la canasta.

Derechos: Iván Silén; Arte Público Press

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