La resignación no existe
Al entrañable amigo Irving Sepúlveda
Así, tan pronto,
sin avisarme siquiera
que te duelen además otras cosas ajenas
al hambre del pueblo,
ríes sin poder y balbuceas
que odias la palabra resignarme
y que ella sólo sirve
para hincarse ante la muerte.
A la verdad, esta vez no quisiera comprenderte.
Porque juntos vemos a diario doce bocas masticando
el mismo trigo y sabemos de uno solo
que goza el dólar arrancado de ese surco,
juntos sentimos cómo se nos vienen encima
llano y montaña pues ya no viven,
juntos maldecimos que comemos
el mismo plato de cuatro siglos
y un pico de ay bendito explotado.
Éstas son las cosas que siempre nos duelen, Irving,
eso es no más el resignarme
que no aceptamos.
Sin embargo, hoy me hablas
de un odio viejo, pero que te pisa.
Te diré . . . que hasta la muerte no cae en tal abismo.
Si vivimos la miseria de cuatro siglos
con la democracia cantada por los ricos,
no te extrañes, muchas serán las cosas que te duelan,
no te extrañes, juntos también nos salvaremos
matando al enemigo sin pena alguna.