1. Oda a la Flaca: Demonio en la vellonera
La vellonera que le otorga su poder
a tan corriente flaqueza,
la fuente de su fuerza.
Con una peseta se compra
la libertad de la fiera,
se libera la bestia.
Y como un veneno se mezcla la música
con el ron en sus venas.
Sutilmente, se curvea, se menea y remenea
febril e indecente,
como si un fuego interno
le calcinara los huesos.
Con un vaivén de caderas,
en la mano su trago
y con la otra se sobetea.
Invita, mira a través de la cortina
de su maranta de pelo,
directo hacia mí.
Irresistible, tentadora y deliciosa
como manjar de dioses fatulos,
su figura es puramente un lujo.
Su placer está en bailar
y dominar diabólicamente
ese espacito del chinchorro
que se presta para tan ardorosa brujería.
Esa mujer tiene un demonio metío,
alojado en sus caderas, y arreguindao de la escasa cintura.
Y no hay santidad ninguna
en la seducción de su contoneo.
Mientras me acerco, sé que peco,
pero su mirada me perturba
y la flaca me provoca
como si estuviera poseída.
Le paso una mano por la espalda
y se apea, se arquea
pegándome los huesos de la pelvis
pa' que la sienta como se mueve
pa' que sepa que ella guía y manda.
Este es su reino
y ese lujurioso deseo es su dueño.
Ella es esclava de la música,
del demonio que sale en ondas de sonido,
de su Amo habitante de la vellonera.
Y mientras ese diablo que la alcahuetea
marca el paso y el ritmo,
yo de babas y de pecho me tiro.
La sigo y me hundo en el vaivén moribundo
de sus flacas caderas,
sus largas piernas,
y el encuentro borracho de su aliento y el mío.