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El Proyecto de la literatura puertorriqueña El Proyecto de la literatura puertorriqueña

El poeta

Matías González García

1922

El pueblo está intranquilo; no es posible 

que un alma más en el salón ya quepa;

la hirviente muchedumbre allí se agita

cual se agita un enjambre en su colmena.

Bajo rico dosel álzase un trono,

y sobre el trono, con doradas letras,

hay un lienzo pintado que así dice:

“Yo soy Narsés, el corazón de piedra”.

 

Pensativo está el rey, y por instantes

inclina con dolor su frente regia,

cual si consigo hablara y se dijese :

“Es en balde…! Es en balde…! No hay quien pueda…”

 

De pronto se levanta. Todo el mundo

guarda silencio y con respeto espera.

   —Vasallos, dice—al fin—sabéis mi nombre:

Yo soy Narsés. “El corazón de piedra”...

La mitad de mi reino doy gustoso

al que llegue a ablandar tanta rudeza

conque escuchadme bien: será mi amigo

aquel que de vosotros hoy se atreva

a contarme un suceso que mi alma

ya de dolor o de placer conmueva…

 

Sentóse el soberano. Por estancia 

huo un corto murmullo, y con presteza,

saliendo de las filas, un guerrero

habló con majestad de esta manera:

 

   —Señor; vengo del campo,

donde por vos con furia se pelea.

Ayer, casi perdidos

volvíamos la espalda cuando llega

de pronto un general, y así nos dice:

“Si tomáis del contrario la bandera

ganaréis la victoria…” Y como un loco

me lancé al enemigo, con tal fuerza,

que a diez hombres maté, siempre corriendo,

hasta llegar a donde estaba ella.

Luché como un león… Allí un soldado

se empeñaba también en defenderla,

y hasta hundirle mi espada en la garganta

no logré que aquel hombre la cediera…

No hay, señor, que decir que la victoria

Desde aquel mismo instante fué ya nuestra… 

 

   —Está bien, —dijo el rey—eres valiente

y has dado tu honor valiosa prueba;

pero, tanto en el mundo he combatido

que nada me conmueve de la guerra.

 

   —Señor, —dijo otro hombre,

saludando al monarca—allá, en la selva,

con un oso he luchado esta mañana

venciéndolo por fin con mi destreza….

 

   —Está bien, está bien… repuso el rey—

Eso le pasa a un cazador cualquiera…

 

   —Señor: voy a contaros, —dijo otro—

la gloria de los héroes. En la Grecia…

   —Está bien, basta ya…; puedes marcharte…

estoy cansado de escuchar leyendas….

   —Señor; vengo de Lidia

donde he visto de Creso las riquezas….

el oro, los brillantes…

   —Basta, basta…..

ya sé lo que dirás…; para la lengua.

Si mi alma ablandar quieres con oro,

te engañaste, infeliz… no es tan pequeña…!

 

   —Señor: Dejadme antes

que de pámpanos cubra la cabeza

y dejadme también una corona

para vos yo fabrique de la hiedra…

Del vino os voy a hablar… Oh, sí…! Del vino…!

que el dulce gozo y el placer engendra….!

del zumo delicado

que del famoso Chipre da la cepa…

   —Calla…. Calla, por Dios, y no prosigas…

que tan sólo tu aliento me marea….!

 

   —Señor: dicen que hay

en región apartada de estas tierras,

celestiales huríes, cuyos ojos

la dulce dicha del placer reflejan.

Los reyes del país tienen palacios

donde guardan por miles estas bellas

y en donde gozan de un amor ardiente,

entre besos, suspiros y ternezas….

 

   —Nada vale, en verdad lo que me hables:

Si no es pura invención eso que cuentas

Pero, fuese o no fuese, puedes irte,

y si falta alguien más, pronto, que venga…

deseo concluir… Mi pobre pecho

es imposible que ablandarse pueda…

 

Nadie más se movió; hubo un instante

en que todos callaron, y en la escena,

un joven presentóse taciturno

adornado de larga cabellera.

 

Acercóse hasta el rey, y éste le dijo:

   —si tiene algo que contar, empieza.

Y el joven, tembloroso

cual si en profundo sueño se sumiera,

comenzó a murmurar, muy por lo bajo:

   —Qué triste aparecía la floresta….!

   —Y de quién hablas tú…? —repuso el rey—

Señor de un pajarito….

 

   —¡Qué simpleza…!

   —Escuchadme, señor. Pobre avecilla…!

volaba, la infeliz, de selva en selva,

en pos de sus hijuelos que un infame

habíale robado… No os da pena…?

Si viérais la campiña 

como estaba de nieve..! Ni una yerba

lucía su verdor, y ni un insecto

oíase cantar en la pradera…!  

 

   —Oh, qué triste!... ¡qué triste!...

Así la he visto yo, como tú cuentas….

Pero acaba… qué fue de la avecilla...?

   —Hacia el oriente vuela,

señor, sobre un arbusto,

píaba la infeliz, de angustias llena.

Entre tanto, la nieve

caía tan espesa,

que la cuitada madre,

con su boquita abierta,

tiritando de frío

pugnaba en vano por trinar sus quejas….

   —Y después…? Y después? —preguntó el rey

con los ojos nublados de tristeza.

 

   —Y después….? Ah señor…… ¡no era posible….!

se le heló el corazón… y cayó muerta….!

   —Ven a mis brazos exclamó el monarca.

Tú mi amigo serás…. ¡Bendito seas…!

Tú me has hecho llorar… Oh, ya no tengo,

como pensaba, el corazón de piedra….!

Pero dime tu nombre… A ver quién eres…?

Respóndeme…

   —Señor…. Soy el “Poeta”. 

Derechos: Dominio público

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