El poeta
El pueblo está intranquilo; no es posible
que un alma más en el salón ya quepa;
la hirviente muchedumbre allí se agita
cual se agita un enjambre en su colmena.
Bajo rico dosel álzase un trono,
y sobre el trono, con doradas letras,
hay un lienzo pintado que así dice:
“Yo soy Narsés, el corazón de piedra”.
Pensativo está el rey, y por instantes
inclina con dolor su frente regia,
cual si consigo hablara y se dijese :
“Es en balde…! Es en balde…! No hay quien pueda…”
De pronto se levanta. Todo el mundo
guarda silencio y con respeto espera.
—Vasallos, dice—al fin—sabéis mi nombre:
Yo soy Narsés. “El corazón de piedra”...
La mitad de mi reino doy gustoso
al que llegue a ablandar tanta rudeza
conque escuchadme bien: será mi amigo
aquel que de vosotros hoy se atreva
a contarme un suceso que mi alma
ya de dolor o de placer conmueva…
Sentóse el soberano. Por estancia
huo un corto murmullo, y con presteza,
saliendo de las filas, un guerrero
habló con majestad de esta manera:
—Señor; vengo del campo,
donde por vos con furia se pelea.
Ayer, casi perdidos
volvíamos la espalda cuando llega
de pronto un general, y así nos dice:
“Si tomáis del contrario la bandera
ganaréis la victoria…” Y como un loco
me lancé al enemigo, con tal fuerza,
que a diez hombres maté, siempre corriendo,
hasta llegar a donde estaba ella.
Luché como un león… Allí un soldado
se empeñaba también en defenderla,
y hasta hundirle mi espada en la garganta
no logré que aquel hombre la cediera…
No hay, señor, que decir que la victoria
Desde aquel mismo instante fué ya nuestra…
—Está bien, —dijo el rey—eres valiente
y has dado tu honor valiosa prueba;
pero, tanto en el mundo he combatido
que nada me conmueve de la guerra.
—Señor, —dijo otro hombre,
saludando al monarca—allá, en la selva,
con un oso he luchado esta mañana
venciéndolo por fin con mi destreza….
—Está bien, está bien… repuso el rey—
Eso le pasa a un cazador cualquiera…
—Señor: voy a contaros, —dijo otro—
la gloria de los héroes. En la Grecia…
—Está bien, basta ya…; puedes marcharte…
estoy cansado de escuchar leyendas….
—Señor; vengo de Lidia
donde he visto de Creso las riquezas….
el oro, los brillantes…
—Basta, basta…..
ya sé lo que dirás…; para la lengua.
Si mi alma ablandar quieres con oro,
te engañaste, infeliz… no es tan pequeña…!
—Señor: Dejadme antes
que de pámpanos cubra la cabeza
y dejadme también una corona
para vos yo fabrique de la hiedra…
Del vino os voy a hablar… Oh, sí…! Del vino…!
que el dulce gozo y el placer engendra….!
del zumo delicado
que del famoso Chipre da la cepa…
—Calla…. Calla, por Dios, y no prosigas…
que tan sólo tu aliento me marea….!
—Señor: dicen que hay
en región apartada de estas tierras,
celestiales huríes, cuyos ojos
la dulce dicha del placer reflejan.
Los reyes del país tienen palacios
donde guardan por miles estas bellas
y en donde gozan de un amor ardiente,
entre besos, suspiros y ternezas….
—Nada vale, en verdad lo que me hables:
Si no es pura invención eso que cuentas
Pero, fuese o no fuese, puedes irte,
y si falta alguien más, pronto, que venga…
deseo concluir… Mi pobre pecho
es imposible que ablandarse pueda…
Nadie más se movió; hubo un instante
en que todos callaron, y en la escena,
un joven presentóse taciturno
adornado de larga cabellera.
Acercóse hasta el rey, y éste le dijo:
—si tiene algo que contar, empieza.
Y el joven, tembloroso
cual si en profundo sueño se sumiera,
comenzó a murmurar, muy por lo bajo:
—Qué triste aparecía la floresta….!
—Y de quién hablas tú…? —repuso el rey—
Señor de un pajarito….
—¡Qué simpleza…!
—Escuchadme, señor. Pobre avecilla…!
volaba, la infeliz, de selva en selva,
en pos de sus hijuelos que un infame
habíale robado… No os da pena…?
Si viérais la campiña
como estaba de nieve..! Ni una yerba
lucía su verdor, y ni un insecto
oíase cantar en la pradera…!
—Oh, qué triste!... ¡qué triste!...
Así la he visto yo, como tú cuentas….
Pero acaba… qué fue de la avecilla...?
—Hacia el oriente vuela,
señor, sobre un arbusto,
píaba la infeliz, de angustias llena.
Entre tanto, la nieve
caía tan espesa,
que la cuitada madre,
con su boquita abierta,
tiritando de frío
pugnaba en vano por trinar sus quejas….
—Y después…? Y después? —preguntó el rey
con los ojos nublados de tristeza.
—Y después….? Ah señor…… ¡no era posible….!
se le heló el corazón… y cayó muerta….!
—Ven a mis brazos exclamó el monarca.
Tú mi amigo serás…. ¡Bendito seas…!
Tú me has hecho llorar… Oh, ya no tengo,
como pensaba, el corazón de piedra….!
Pero dime tu nombre… A ver quién eres…?
Respóndeme…
—Señor…. Soy el “Poeta”.