El zapatito azul
Este era un azul zapatito,
que hallé una noche en la escalera
de un palacio todo encantado,
allá en un país de quimeras.
Cuántas veces me interrogué:
¿de quién será este zapatito . . . ?
¿de qué rosado y lindo pie? . . .
En un alcázar granadino,
de árabes torres y ajimez,
las odaliscas parecían
ungidas para Mahomet.
Vi sus sandalias, de brocados
de Bagdad y de Mequinez.
Y alcé mis ansias al profeta:
–por Alá, dime, Mahomet,
¿de quién será este zapatito?
¿de qué rosado y lindo pie?
Y era tan lindo y tan pequeño,
que el profeta dijo: No sé.
En una villa de Venecia,
los graves mármoles pisé.
A las duquesas venecianas
las áureas botas les besé.
Pasa la pompa del Gran Duque.
Y así al Gran Duque saludé:
—¿de quién será este zapatito?
¿de qué rosado y lindo pie? —
Y era tan lindo y tan pequeño
que el Gran Duque dijo: No sé.
París. Champaña. Bulevares.
Sonoridades de café.
Blancas sonrisas de cocotas.
Ondulaciones de minué.
Y en los dorados escenarios,
que fascinaron a Rubén
revoloteando como aves
los escarpines de satén.
–Por Paul Valeine, adivinadme,
sabio Rubén, mago Rubén:
¿de quién será este zapatito?
¿de qué rosado y lindo pie?
Y era tan lindo y tan pequeño,
que Rubén me dijo: No sé.
La Babilonia neoyorquina.
¡Oh, que lujoso cabaret!
Seguían mis ojos las pisadas
de un galopante baile inglés,
con que domaban los violines
el rubio coro de las girls.
Tras sorbos de aromado wiskey,
con Pierpont Morgan platiqué:
—¿de quién será este zapatito?
¿de qué rosado y lindo pie? —
Y era tan lindo y tan pequeño
que Morgan dijo: No sé.
Una tarde de nubes horras,
en la montaña me interné.
Tras un maizal, llegué a un bohío;
frente a la puerta me paré;
y a una criolla de mi tierra,
tímida flor, le pregunté:
—¿de quién será este zapatito?
¿de qué rosado y lindo pie? —
Ella encendióse en la amapola
de su inocente sencillez.
Y cuando, herida por mis ojos,
batió sus faldas al correr,
vi un zapatito igual al mío
y vi desnudo el otro pie.