La noche vive entre los muertos
“Por estas horas vienen estos caminos
de sangre, temblorosos hacia la gente,
traen su viejo bulto de sudor, su angustia,
sus jornales de luto sobre las sienes”.
-Pedro Mir, “La vida me manda que pueble estos caminos”.
La noche cae sobre los espectros
de los combatientes hechos olvido.
Se tiende sobre ellos
como manto de indulgencia,
como mortaja de justicia muerta,
como pañuelo que solo emana paz
si la muerte suena a monedas
que las puntas de los dedos
rebuscan en los bolsillos.
La noche se hace puñal de la noche,
en la que se tornan esos cuerpos
de seseras agujeradas,
de sienes en los mismos caminos de Mir,
aquellos, los viejos
en que cruzan las horas largas.
La noche cede a la fiebre
…y muere también.
La noche se alza al abismo de la tierra,
se acomoda en cada poro,
en cada hueco,
hasta habitar en esos cuerpos muertos.
Los combatientes ya tienen rostro.
El día los suda al fuego.
Los gusanos pululan en las masas
que por tanto tiempo
vivieron repletas de miedo.
Las aves de rapiña engullen las masas
que por tanto tiempo
vivieron vacías de justicia.
Esos cuerpos yacidos
se hacen huesos que crujen.
Antes de particularse en polvos,
se regalan a esa noche
ilusoria, oscura, magnificada.
La tierra se riega con las lágrimas
que de unos pocos brotan
por los mancillados ausentes,
esos que ya observan fuera de sus pieles
la noche que para siempre los vive.