Paisaje Tropical
El cielo azul cobalto
se aborrega de nubes como inmensos rebaños de corderos;
la luz es un incendio, y, en la arena, que ciega,
su selvática pompa extienden los uveros.
En la dorada playa, bajo el reverbero del sol
una espalda desnuda se arquea,
rosa blanca que besan las espumas
cuando hierven a flor de la marea.
Una mujer hermosa se baña en las aguas del mar:
su rubia cabellera, incandescente, como una antorcha alumbra:
es el rubio dorado de Brunhilda y Ofelia,
el rubio incomparable de aquellas venecianas
dogaresas, que aclamaban a las gloriosas huestes italianas.
Ya en el desmayo del crepúsculo vespertino,
cuando la luz cobarde se extiende vagamente por la tierra
como un velo de novia vaporoso,
pliega el viento sus alas rumorosas,
cierra la flor su broche,
el mar se duerme con murmullo leve,
las estrellas de luz hacen derroche,
y sólo se percibe en la oquedad desierta
un rastreo serpeante entre las ramas secas de algún reptil,
que, cual todo lo ruin busca la sombra
y perturba el silencio sonoro de la noche.