Movimientos Poéticos Puertorriqueños

Por Rojo Robles

Modernismo

El modernismo en Puerto Rico surge con fuerza en la segunda década del siglo XX, consolidándose a través de publicaciones literarias como Puerto Rico Ilustrado y la Revista de las Antillas. Aunque cuenta con precursores desde finales del siglo XIX, su florecimiento se da en un contexto de transformación socioeconómica marcado por el ascenso de la burguesía, el auge de la imprenta y los medios de comunicación, así como la aceleración de la vida cotidiana mediante avances tecnológicos y domésticos. Este movimiento poético se inscribe dentro de la oleada modernista hemisférica, tomando como modelo la obra de Rubén Darío, pero también desarrollando rasgos propios que responden a la realidad isleña y antillana.

Uno de los rasgos distintivos del modernismo puertorriqueño es su afán renovador, que lo lleva a diferenciarse de las corrientes previas como el romanticismo y el naturalismo, flexibilizando la lengua poética y ampliando sus horizontes temáticos. En sus versos convive la fascinación por las urbes nacientes y los escenarios míticos greco-romanos, al mismo tiempo que se mantiene un anclaje en la identidad insular. La experiencia del viaje, la exploración de lo exótico y el cruce de tiempos y espacios son constantes en su estética, reflejando la movilidad de la clase intelectual entre Europa y Puerto Rico.

El modernismo también incorpora nuevas sonoridades y musicalidades, adoptando ritmos influenciados por los cambios industriales y los avances en la comunicación y el transporte. La poesía se convierte en un espacio de experimentación con neologismos y arcaísmos, así como en un vehículo para la exaltación de la naturaleza como reflejo espiritual del poeta. En su vertiente más cosmopolita, el modernismo puertorriqueño celebra la figura del flâneur, el aventurero y el amante apasionado, explorando la vitalidad de la ciudad, su tecnología, tumulto y masas laborales en movimiento.

Junto a su dimensión urbana y sensual, el modernismo insular también plantea una afirmación identitaria frente a la colonización estadounidense. Mientras ironiza sobre los modelos caducos de la aristocracia criolla y cuestiona la moral eclesiástica, revalida la centralidad del idioma español y la herencia cultural ibérica como un baluarte ante la hegemonía imperial. Sin embargo, su mirada no es exclusivamente eurocéntrica, sino que enlaza las realidades del archipiélago con imaginarios épicos y libertarios de toda América. En última instancia, el modernismo puertorriqueño es un movimiento que conjuga lo estético con lo político, proyectando una visión de futuro en la que la belleza y la innovación poética se conciben en conjunción.

Criollismo

La generación intelectual y poética criollista en Puerto Rico, enmarcada en el primer cuarto del siglo XX, surge como una respuesta literaria a las transformaciones sociopolíticas derivadas del imperialismo estadounidense y las incursiones militares en el Caribe y América Latina. Frente a la hegemonía norteamericana y la expansión del capitalismo agrícola, los escritores criollistas configuran una poética que exalta el paisaje insular y la cultura rural, estableciendo un “contraterritorio” simbólico de resistencia. A través de odas a la flora, la fauna y la geografía antillana, la poesía criollista no solo afirma la peculiaridad del espacio caribeño, sino que también participa de un movimiento transnacional que atraviesa toda la América hispanohablante, articulando un discurso de identidad en oposición a las narrativas coloniales impuestas.

En la narrativa, el criollismo aborda las condiciones de vida de los jornaleros y campesinos puertorriqueños, en un contexto de latifundismo y explotación agrícola que recuerda los rezagos de la esclavitud. Novelas y cuentos exploran la industrialización de las haciendas, la expansión del monocultivo—particularmente de la caña de azúcar, el café y el tabaco—y la consecuente pérdida de tierras por parte del campesinado. La figura del aborigen es reivindicada como símbolo de resistencia, mientras que la mulatez, reconocida como parte del perfil cultural puertorriqueño, es representada con ambigüedad, oscilando entre el orgullo y el prejuicio racial. En este marco, la literatura criollista no solo describe la crisis identitaria derivada de la modernización y el colonialismo, sino que también refleja los primeros movimientos obreros, la organización sindical y las incipientes discusiones feministas, promovidas a menudo a través de la oralidad y la circulación de panfletos y manifiestos políticos.

Dentro de esta estética criollista, la naturaleza y la tierra adquieren un carácter humano e identitario, convirtiéndose en metáforas de la nación en disputa. La frontera entre lo urbano y lo rural se diluye, privilegiándose lo campesino como lo más autóctono de la cultura puertorriqueña. Sin embargo, la mirada criollista también es atravesada por un erotismo telúrico y patriarcal, donde la mujer y la tierra se funden en una poética de posesión y domesticación. Este periodo literario constituye un testimonio de las luchas de los trabajadores y un intento de consolidar una ciudadanía cultural en un Puerto Rico que, aunque políticamente subordinado, buscaba afirmarse como una entidad propia dentro del Caribe y América Latina.

Afro-antillanismo

El movimiento poético afro-antillano en Puerto Rico ha transitado por diversas etapas, cada una reflejando tanto las dinámicas culturales y raciales de la isla como las influencias transnacionales en la construcción de la identidad afroboricua. Desde el negrismo de los años 1920-30 hasta la poesía antirracista contemporánea, la producción poética ha oscilado entre la exaltación festiva, la denuncia social y la afirmación de una genealogía negra en el Caribe.

El primer periodo, el negrismo de los años 1920-30, estuvo dominado por poetas criollos no negros que exploraron la oralidad afrodescendiente como una fuente de innovación estética. Este movimiento literario se caracterizó por su énfasis en la musicalidad, el ritmo y la sonoridad de palabras de origen africano, muchas veces utilizadas sin sentido semántico para generar un efecto percusivo. En la página, esta poesía representaba la festividad callejera, la rumba y la sensualidad de la mujer negra o mulata, quien, a través de la danza, seducía tanto al poeta como al imaginario colectivo. Sin embargo, aunque esta producción poética visibilizaba la herencia africana en la identidad antillana y desafiaba el moralismo burgués, también perpetuaba estereotipos coloniales, exotizando el continente africano, reproduciendo imaginarios racistas del siglo XIX y oponiendo a un mal conceptualizado "primitivismo" negro a la alta cultura europea.

A partir de los años 1930 y hasta la década de 1970, emerge el Cancionero Puertorriqueño Negro, una tradición poética profundamente influenciada por los géneros musicales afrocaribeños, como la bomba y la plena. Aquí, la voz poética se ancla en la experiencia de las clases populares negras y obreras, abordando temas de actualidad, crítica social y resistencia política a través del humor y la ironía. Se consolida una poética del goce colectivo, del "sabor", donde la comida afrocaribeña y el movimiento del cuerpo en la música se convierten en metáforas de identidad e insurgencia. Este periodo también marca una mayor internacionalización de la poesía afroantillana, con la diáspora puertorriqueña en Nueva York y otras ciudades estadounidenses fungiendo como espacio de intercambio cultural.

El tercer periodo, el afronantillanismo de los años 1960-80, profundiza en la historicidad de la negritud, alejándose del exotismo del negrismo inicial. En este momento, la poesía se entrelaza con los ritmos de la salsa y los géneros afrocubanos, incorporando a un mayor número de poetas, músicos y críticos negros. La espiritualidad afrocaribeña deja de ser representada como "magia" primitiva y se revaloriza como una forma de recuperación cultural. A la par, se examina el sistema de plantación y sus implicaciones en la estructura de clases de Puerto Rico, destacando la explotación de las poblaciones afrodescendientes. La perspectiva histórica cobra protagonismo, y por primera vez, se introducen exploraciones iniciales del cimarronaje como un modelo de resistencia y liberación.

En el periodo contemporáneo, la poesía afro-antillana adquiere un matiz marcadamente antirracista y activista. La negritud sigue considerándose constitutiva de la identidad puertorriqueña, pero trasciende los límites del nacionalismo para insertarse en un discurso más amplio de diáspora africana en las Américas. La recuperación del archivo y la historia afroboricua se vuelve central, con un énfasis en la representación dignificada de figuras negras históricamente invisibilizadas. A su vez, la poesía incorpora perspectivas feministas negras, cuestiona la criminalización racial y el complejo industrial penitenciario, y revisita el cimarronaje como un modelo de acción social vigente con posibilidad de generar futuros de liberación. Temas como la sustentabilidad alimentaria, las narrativas de esclavizados (especialmente mujeres negras) y las experiencias LGBTQI+ también encuentran cabida en esta nueva etapa. Además, el conocimiento afroboricua se institucionaliza, con una mayor presencia en la academia y en proyectos de base comunitaria, consolidando así un movimiento poético dinámico y en constante diálogo con la historia y el presente.

Atalaya de los Dioses

El movimiento poético Atalaya de los dioses surgió en el Ateneo Puertorriqueño como una iniciativa de jóvenes escritores que buscaban llevar las vanguardias a un nuevo nivel tras la disolución de sus contrapartes europeas. Influenciados por las corrientes de vanguardia histórica y latinoamericana, estos poetas se propusieron consolidar y expandir los principios de la experimentación estética, desafiando las estructuras literarias tradicionales y la cultura burguesa que consideraban anquilosada. Desde su perspectiva, la poesía debía ser una búsqueda radical de innovación en el lenguaje y en la imagen poética.

El grupo compartía con las vanguardias una fascinación por el movimiento, la velocidad y la tecnología, rechazando la rigidez del pasado y enfrentándose a las instituciones culturales que, según ellos, asfixiaban la producción poética local. Consideraban la tradición como un cuerpo momificado, una estructura inerte que debía ser demolida para dar paso a una nueva forma de expresión. Su poesía no buscaba la mímesis de realidades caducas, sino la creación de nuevos mundos, abrazando el creacionismo como principio rector. En este sentido, se proclamaban como el primer grupo poético verdaderamente innovador de Puerto Rico, superando los breves experimentos vanguardistas previos, como el Noísmo.

Su concepción de la poesía trascendía el ámbito literario: la veían como una cima espiritual, un evangelio poético y una fortificación intelectual, lo que explica la elección de su nombre. Sus versos eran una afrenta a los versificadores tradicionales. Apostaban por una poética de lo irracional, el eclecticismo y la disolución de la lógica, alejándose de las estructuras románticas y modernistas para sumergirse en un universo de imágenes inesperadas y ambientes fantásticos. Experimentaban con la fragmentación del tiempo y el espacio, así como con la multiplicidad de puntos de vista, lo que los alejaba de cualquier forma de narración lineal.

Pero su rebeldía no era sólo estética, también encarnaba una profunda insatisfacción con el panorama cultural y político de Puerto Rico en las décadas de 1920 y 1930. Se veían a sí mismos como precursores del movimiento nacionalista liderado por Pedro Albizu Campos, compartiendo su postura anticolonial y su llamado a la soberanía cultural y política. A través de su poesía, denunciaban la colonización como una confusión que nublaba la identidad puertorriqueña y proponían una literatura autónoma.

La actitud transgresora del grupo no se limitaba a la escritura: encarnaban su rebelión en su estilo de vida, con cabellos largos, vestimentas inusuales y el uso de medios populares como la radio para difundir su mensaje. A veces, buscaban una conexión solidaria entre el poeta y el lector, pero otras veces su postura era agresiva, de choque y confrontación. Su verbo rejuvenecido, sus postulados redentores y su afán por instaurar una nueva religión poética los llevó a ser vistos como una respuesta al conformismo y a la apatía de la juventud, una alternativa a la cultura enferma por la inercia política y literaria. Atalaya de los dioses dejó una huella contundente en la literatura puertorriqueña, un testimonio de insurgencia poética y de lucha por la renovación del arte y la identidad nacional.

La generación del 30

Los años treinta en Puerto Rico representaron un periodo de crisis profunda en todos los órdenes: político, económico, laboral y discursivo. En este contexto convulso, el Partido Nacionalista, bajo el liderazgo de Pedro Albizu Campos, impulsó una lucha insurgente contra el régimen colonial estadounidense, mientras que los movimientos obreros y estudiantiles participaron activamente en la construcción de una nación cultural. La Universidad de Puerto Rico se convirtió en un epicentro intelectual, en el que escritores y académicos, especialmente aquellos alineados con el hispanismo, debatieron la esencia de la identidad puertorriqueña. Este hispanismo promovía la reivindicación de los lazos con España como forma de combatividad ante la asimilación impuesta por la dominación estadounidense, estableciendo discursos que marcaron las interpretaciones dominantes sobre la puertorriqueñidad.

Uno de los textos fundamentales de este periodo fue Insularismo (1934) de Antonio S. Pedreira, que encapsuló las ansiedades de la generación en torno a la identidad nacional. No obstante, su discurso revelaba la xenofobia y el racismo latente en las clases intelectuales dominantes. Pedreira presentó una metáfora patológica del ser puertorriqueño, describiéndolo como un sujeto desorientado, producto de la supuesta docilidad africana, la fragilidad indígena y la grandeza española que debía preservarse. Su propuesta de progreso y civilización se anclaba en un ideal europeo, perpetuando la narrativa colonialista que infantilizaba la nación y justificaba una dirección paternalista y anti-negra para su desarrollo.

Frente a este marco ideológico, la poesía de la generación del treinta emergió como un espacio de exploración estética y afirmación cultural, en diálogo con las vanguardias del siglo XX y las tradiciones poéticas hispánicas. En su quehacer lírico, los poetas del treinta articularon una poética colectiva que oscilaba entre la celebración de lo criollo, la introspección metafísica y la denuncia de las realidades sociales del país. El negrismo literario abrió nuevas, aunque debatibles posibilidades para representar la presencia africana en la cultura puertorriqueña, mientras que la poesía nacionalista convirtió la lírica en un vehículo de lucha frente al colonialismo. Por otro lado, la poesía intimista y de exploración subjetiva amplió los horizontes del lenguaje poético. Estas poéticas, lejos de ser homogéneas, coexistieron y se entrelazaron, configurando un imaginario literario que buscaba expresar las tensiones de una nación en crisis, afirmando su identidad y abriendo nuevas sendas para la literatura puertorriqueña.

Generación del 50

La generación intelectual y poética del 50 en Puerto Rico se caracteriza por su diversidad estética y por un profundo cuestionamiento del orden colonial y modernizador impuesto por el Estado Libre Asociado (ELA). Dentro de esta generación, conviven múltiples vertientes poéticas, entre ellas una de fuerte compromiso social y crítico con la explotación estadounidense en Puerto Rico y América Latina, mientras que otra, influida por el trascendentalismo y las vanguardias, experimenta con realidades alternas y poéticas abstractas. Estas corrientes emergen en un momento de transformación política y social, en el que la modernización promovida por el Partido Popular Democrático de Luis Muñoz Marín refuerza una dependencia estructural con Estados Unidos, encubierta bajo el eufemismo del ELA. A pesar de la retórica nacionalista cultural impulsada por el gobierno, las estructuras coloniales permanecen intactas, generando fricciones con los movimientos globales de descolonización, particularmente en África y el Caribe.

El auge de la División de Educación a la Comunidad (DIVEDCO) es otro de los aspectos fundamentales de esta época. A través de sus campañas, se promueve un arte accesible a las comunidades rurales y sectores marginados, estableciendo al artista y poeta como gestor y tallerista en la acción comunitaria. Sin embargo, este proyecto también opera dentro de los marcos del estadolibrismo, moldeando modelos de ciudadanía y participación pública alineados con el discurso oficial del Estado. Paralelamente, la insurgencia nacionalista se manifiesta con fuerza tanto en el archipiélago como en Washington, impulsando luchas por la descolonización armada, lo que resulta en una dura represión gubernamental a través de la Ley de la Mordaza, la censura y la persecución de militantes independentistas.

En el ámbito literario, el existencialismo francés, la literatura estadounidense de posguerra y las vanguardias impactan a una nueva generación de escritores, particularmente en el teatro y el cuento. Esta literatura expresa un marcado pesimismo ante los cambios socioeconómicos, incluyendo la migración masiva de puertorriqueños hacia las ciudades de Estados Unidos, especialmente Nueva York. Se critica el proceso de asimilación, la irrupción del inglés y la explotación laboral y social en las industrias norteamericanas. También, aunque los modelos patriarcales siguen vigentes, el discurso de la mujer gana espacio en la literatura de la época. En la poesía y el ensayo, se consolida una visión trágica de la identidad puertorriqueña, cargada de nostalgia por la pérdida de los valores criollos e hispanistas y la aparente docilidad del pueblo ante el colonialismo. No obstante, frente a esta visión predominante, surge un movimiento artístico abiertamente anticolonial y socialista que desafía la hegemonía cultural del ELA y propone una resistencia más radical a la modernidad colonial impuesta.

Guajana

El movimiento poético Guajana surgió en Puerto Rico durante la década de 1960, principalmente entre estudiantes y profesores del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico. Desde su fundación, Guajana asumió una postura crítica y comprometida con la historia, la cultura, la política y la sociedad puertorriqueña, estableciendo una poética que se entrelaza con las luchas sociales del país. Sus integrantes concebían la literatura como un arma discursiva anticolonial, apostando por un conocimiento de la historia para cuestionar las estructuras de poder y narrar la experiencia de los marginados.

El colectivo se caracterizaba por la búsqueda de una voz poética colectiva, marcada por un afán patriótico épico e iconoclasta. En su producción, desafiaban la literatura puertorriqueña canonizada, proponiendo una revisión feroz de las narrativas oficiales y rechazando las figuras intocables de la poesía y la academia. Su nombre, Guajana, alude a la flor de la caña de azúcar, evocando las haciendas azucareras como símbolo del orden colonial impuesto por España y perpetuado bajo el dominio estadounidense. Así, la revista se convirtió en un espacio de lucha literaria y política, con una actitud rebelde y un propósito revolucionario: la creación de una poesía útil para el cambio social radical.

En el contexto de la industrialización y la consolidación del Estado Libre Asociado, Guajana denunció la problemática modernización del archipiélago, evidenciando los procesos de transculturación y americanización que, lejos de significar progreso, reafirman la condición colonial de Puerto Rico. Además, prestaron especial atención a las migraciones internas del campo a la ciudad y a la emigración masiva hacia Estados Unidos, centrándose en las experiencias de las clases populares, desplazadas tras la caída de la industria azucarera y los monocultivos. Su crítica alcanzó también a las élites puertorriqueñas, a las que acusaban de aburguesamiento y complicidad con el imperialismo estadounidense.

Desde el punto de vista estético, Guajana promovió una lírica anclada en la conciencia social y la crítica política de izquierda. Sus versos, mayoritariamente libres, adoptan un lenguaje coloquial y hasta callejero, aunque sin renunciar a un registro amplio y multivocal. A lo largo de más de cincuenta años de trayectoria, el grupo ha mantenido su compromiso con una poesía en constante evolución, siempre en diálogo con la realidad puertorriqueña. Su propuesta literaria se desmarca de la cultura “oficial”, reivindicando un espacio propio en el que la literatura y la poesía se piensa como herramienta de transformación y donde los poetas se asumen como hacedores del futuro.

Neovanguardismo

Entre las décadas de 1960 y 1980, la poesía puertorriqueña experimentó un giro neovanguardista, caracterizado por la radicalización estética y la expansión de los límites formales y temáticos. Este movimiento retomó y transformó las estrategias de las vanguardias del siglo XX, adoptando el collage como modelo poético y estableciendo el fragmento como principio estructurador. A través de la sobreposición de texturas, voces y jergas, la poesía de este período abrió un espacio para la polifonía, la hibridez lingüística y la intertextualidad.

En un acto de disidencia contra la domesticidad impuesta por el patriarcado, el discurso poético incorporó una exploración del cuerpo y la sexualidad en sus dimensiones transgresoras. Las poetas mujeres y los escritores queer desafiaron los cánones hegemónicos, visibilizando experiencias antes invisibilizadas. A la par, el tono de la poesía se vio trastocado por la entrada del humor, el sarcasmo y la hilaridad absurda, sacudiendo la gravedad de la tradición lírica y acercándose a formas de antipoesía.

En un contexto de modernización desigual y crisis económica, el poeta neovanguardista construyó una nueva heroicidad proletaria. La poesía no solo registró el trabajo y las luchas obreras, sino que también amplificó las voces de los migrantes puertorriqueños en los Estados Unidos, quienes vivían en condiciones de pobreza sistémica. En este sentido, el spanglish se consolidó como una herramienta expresiva que reflejaba los desplazamientos lingüísticos y culturales de la diáspora, incorporando las influencias de las poéticas radicales negras y el spoken word neoyorquino. La tensión entre la isla y la diáspora aumentó, generando debates sobre identidad y pertenencia en las comunidades puertorriqueñas transnacionales.

El neovanguardismo puertorriqueño osciló entre la experimentación estética y la poesía comprometida con la justicia social y política, en sintonía con ideologías socialistas y de lucha independentista. Se evocó la memoria de la censura estatal y la violencia contra los movimientos revolucionarios nacionalistas. Asimismo, se denunciaron las guerras imperialistas de EE.UU., mientras que la poesía revolucionaria cubana y el cancionero de la Nueva Trova se convirtieron en influencias clave.

A través de una poética del día a día, la literatura capturó las contradicciones del proceso de modernización, abordando la caducidad prematura de proyectos de desarrollo y las desigualdades persistentes. La historia se narró desde ángulos no institucionales, priorizando las voces liminales y los relatos de los sectores populares.

Las narrativas del lumpen y las experiencias de quienes habitaban los márgenes del sistema económico y social cobraron protagonismo. Las perspectivas narcóticas y la crítica a los regímenes de control sensorial y biopolítico se entrelazaron con la experimentación literaria, revelando una poética de la transitoriedad y el vaivén.

Las revistas Alicia la Roja, Zona de carga y descarga, Reintegro y Armadura funcionaron como espacios de consolidación estética y difusión de nuevas tendencias. La poesía se expandió más allá de la página escrita, vinculándose con el arte gráfico, el afiche político y el arte concreto. La incorporación de elementos visuales, dibujos y fotografías convirtió al poema en una pieza híbrida y multimedia.

El impacto de los medios de comunicación y los archivos audiovisuales también marcó la producción poética. Se intensificaron el uso de la narratividad en el poema y la experimentación con la oralidad, generando juegos verbales y heteroglosia. A su vez, se cuestionaron los límites del lenguaje a través del minimalismo, el hipertexto y la auto-reflexividad poética.

El poeta neovanguardista se identificó con el cimarronaje, evocando la resistencia africana y taína a través de una poética de los areítos y la musicalidad rítmica de la palabra.  La literatura menor, desterritorializada, emergió como un espacio donde la oralidad y la traducción funcionaban como puentes entre la isla y la diáspora. 

El neovanguardismo puertorriqueño consolidó una poesía de ruptura, marcada por la experimentación radical con el lenguaje, la hibridez cultural y la politización de la forma. En su diálogo con las vanguardias históricas, las poéticas afrocaribeñas y la literatura comprometida, este movimiento articuló un imaginario estético donde la palabra se convirtió en un espacio de resistencia, reinvención y testimonio.

Concretismo

A finales de los años 60 y principios de los 70, el concretismo poético se afianzó en Puerto Rico como una de las expresiones más radicales de la experimentación literaria. Vinculado a un linaje de vanguardias internacionales que se extiende desde finales del siglo XIX, este movimiento no solo revolucionó la manera de concebir el poema, sino que lo transformó en un objeto visual, táctil y espacial. En su formulación, la palabra no domina a la imagen ni viceversa, ambas coexisten en la página con igual importancia, explorando la superficie como un campo de significación autónomo. La disposición tipográfica, la geometría y la interacción del texto con la mirada del lector crean un juego de percepción donde la poesía se diseña tanto como se lee.

Los poetas concretistas puertorriqueños encontraron inspiración en la escritura ideogramática, los caligramas y en modelos gráficos provenientes del diseño industrial, la arquitectura y la impresión comercial. Influenciados por la cuadrícula de los periódicos, los formatos de revistas y la estética de los cómics, sus propuestas desdibujaron las fronteras entre lo literario y lo visual. El lenguaje de la publicidad, los títulos de películas y los letreros comerciales fueron apropiados y reconfigurados en un ejercicio de síntesis y contundencia expresiva, descentrando la voz autoral para privilegiar una poética de carácter colectivo y fragmentario.

Más allá de la exploración formal, el concretismo en Puerto Rico también desarrolló una reflexión sobre el cuerpo y su relación con el entorno urbano, investigando tanto las formas orgánicas como las estructuras de poder que moldean la experiencia moderna. El tránsito, los medios de transporte y la mecanicidad de la vida industrial aparecen en sus composiciones no solo como temas, sino como principios estructurales que se gesticulan a través de la repetición y la disposición rítmica del texto. El concretismo también operó como una contracultura transdisciplinaria que absorbió elementos de la danza, el performance y las artes escénicas, desintegrando los límites del poema. Sin embargo, esta poesía encuentra en la oralidad su mayor desafío: su concepción gráfica y espacial dificulta su reproducción en voz alta, lo que refuerza su carácter objetual. El concretismo puertorriqueño no solo amplió el campo de la escritura poética, sino que propuso una nueva gramática del espacio y la forma, una en la que el lector y el poema interactúan en un territorio visual de múltiples potencialidades.

Nuyorican

El movimiento poético Nuyorican surge a finales de la década de 1960 y principios de los 70 en Nueva York, como una respuesta a las condiciones sociales, políticas y culturales que enfrentaba la comunidad puertorriqueña en la ciudad. Este movimiento se caracteriza por su conexión con corrientes literarias y artísticas previas, así como por su propio enfoque único en la experiencia puertorriqueña y afrocaribeña en los Estados Unidos.

Los poetas Nuyorican muestran afinidades con el movimiento contracultural Beat de los años 50, compartiendo una poética de la oralidad marcada por la improvisación y la influencia del jazz. Esta poética se desarrolla en espacios urbanos y se nutre de la espontaneidad y la expresión libre. Sin embargo, políticamente, el movimiento Nuyorican está más vinculado al Black Arts Movement afroamericano, que impulsó la creación de espacios culturales insurgentes para contrarrestar la marginación sistémica y la violencia estatal en las ciudades estadounidenses.

El movimiento Nuyorican incorpora las luchas comunitarias y de ocupación del movimiento revolucionario de los Young Lords, así como el interés por la independencia de Puerto Rico y los derechos humanos de los puertorriqueños y afrocaribeños en Nueva York. Los poetas Nuyorican critican las exclusiones de los sistemas gubernamentales e institucionales que históricamente han marginado a la comunidad puertorriqueña.

La poética Nuyorican se caracteriza por su enfoque en la vida urbana, con poetas que utilizan su voz para reunir a la comunidad y expresar sus ideas sobre la sociedad y la identidad híbrida de los hijos de la generación migrante puertorriqueña de los años 40 y 50. Esta generación, desilusionada por el trato racista y violento recibido, rechaza las ideas de asimilación a la cultura blanca estadounidense y propone una hibridez que extrae energía de los márgenes.

El movimiento enfatiza la encarnación y el performance radical, con elementos de confrontación que a veces bordean la ilegalidad. Ha sido integrado en las narrativas culturales puertorriqueñas y estadounidenses gracias a los esfuerzos de figuras como Miguel Algarín, profesor, editor y poeta. Algarín fundó el Nuyorican Poets Café, primero en su sala y luego en bares del Lower East Side, y co-editó tres antologías icónicas del movimiento.

En la introducción de "Nuyorican Poetry: An Anthology of Puerto Rican Words and Feelings", publicada en 1975, Algarín describe a los poetas Nuyorican como malabaristas de palabras que asumen riesgos y se presentan como dueños del entorno urbano. Según Algarín, la poesía Nuyorican es una fuerza en las calles que ofrece visiones del futuro, caracterizada por una comunicación desordenada, tensa e informal, a menudo bilingüe.

En su ensayo "Literatura Nuyorican", Algarín destaca tres principios de la estética Nuyorican: la oralidad bilingüe que comunica la condición puertorriqueña en términos psicológicos, económicos e históricos; el establecimiento de sistemas de protección y ayuda mutua mediante un lenguaje que permita la supervivencia en la ciudad; y la creación de espacios donde las personas puedan unirse y compartir sus escritos.

Sin embargo, la estética Nuyorican sobrepasa las ideas de Algarín. Debe entenderse en relación con los surrealismos y dadaísmos negros, las estéticas punk, las afirmaciones culturales afroantillanas, las poéticas decoloniales panafricanas y los movimientos feministas y LGBTQ emergentes. Estos elementos amplían el alcance del movimiento, integrando múltiples formas de resistencia cultural y explorando nuevas dimensiones de la identidad y la expresión artística.

Post-modernismo

El movimiento posmoderno en Puerto Rico durante los años 90 y 2000 se inscribe en una profunda crisis estructural del Estado Libre Asociado, marcada por el agotamiento de las grandes narrativas políticas del siglo XX, el desgaste urbano y la consolidación de un capitalismo tardío mediado por la cultura de consumo. Este periodo se caracteriza por una inmersión del escritor en procesos económicos y culturales que lo colocan en una relación de dependencia con los mercados transnacionales, alterando su capacidad de agencia. La tecnocultura mediática, con la expansión del internet y las múltiples plataformas virtuales, actúa como un catalizador de cambios semánticos, modificando las formas de escritura, subjetividad y experiencia del tiempo.

Más que una ruptura con la modernidad, el posmodernismo representa su evolución. Continúa explorando la urbanidad y la vida acelerada, pero en un contexto donde las estructuras simbólicas que organizaban la vida en común han sido debilitadas. Se desarrolla un tipo de poética que enfrenta la saturación y yuxtaposición de discursos contradictorios, al tiempo que se distancia de los proyectos de liberación anticolonial promovidos por las izquierdas tradicionales. La desestabilización del orden imperial no desaparece, pero da paso a formas de resistencia menos grandilocuentes, inscritas en la infrapolítica y en la posibilidad de redes de ayuda mutua.

En este periodo, el sujeto unificado comienza a desmontarse, convirtiéndose en un ente desterritorializado, efímero y fluido. Las textualidades múltiples toman protagonismo, atravesadas por una heteroglosia en la que conviven simultáneamente perspectivas transnacionales. Más que la afirmación de una identidad nacional, el posmodernismo puertorriqueño enfatiza identidades híbridas, procesos de nomadismo y formas de multiculturalismo que desbordan las cartografías isleñas y estadounidenses. En este contexto, la identidad nacional es entendida como una mercancía, mientras que el discurso patrio es objeto de cuestionamiento y resistencia.

Desde la poesía y el ensayo, el posmodernismo se convierte en un espacio de crítica y deconstrucción de las textualidades canónicas. La performatividad de los ámbitos sociales se vuelve un eje central, articulando cuerpos híbridos y tecnológicamente mutantes. La experiencia de la ciudad —con sus centros comerciales, su abandono y su ruina— se traduce en poéticas del detrito, la antipoesía y la quedaera. Este desgaste cultural y político encuentra una de sus principales manifestaciones en la proliferación de revistas como Postdata, Nómada y bordes, que se convierten en plataformas fundamentales para la experimentación teórica y literaria.

En suma, el posmodernismo puertorriqueño de los años 90 y 2000 representa una evolución de la modernidad, introduciendo nuevas formas de pensamiento y creación en un contexto de crisis y transformación. Se trata de una generación de intelectuales formados en corrientes posmarxistas y posestructuralistas, con experiencias transnacionales que les permiten desmarcarse del provincialismo y de la formación humanística de corte hispánico. Su proyecto no es la redención de la nación, sino la articulación de discursos itinerantes que desafían los límites de lo nacional y lo imperial, explorando nuevas formas de subjetividad, textualidad y resistencia cultural.

Spoken Word, Slam y Nuevos Medios

Inspirado y yuxtapuesto con el movimiento Nuyorican, el spoken word ha expandido las formas de la poesía performática oral, consolidándose especialmente desde los años noventa. Aunque mantiene la centralidad de perspectivas marginales—raciales, étnicas y de género—y la formación de comunidades desplazadas del circuito editorial y teatral convencional, las generaciones finiseculares transformaron sus principios al integrar elementos del hip hop, el R&B, los feminismos negros y el ballroom queer. El Nuyorican Poets Café siguió siendo un eje fundamental en este desarrollo, pero la proliferación de espacios alternativos permitió que el movimiento se diversificará en alcance y estética.

A diferencia de la poesía Nuyorican, que se centró principalmente en la experiencia puertorriqueña en la ciudad de Nueva York, el spoken word amplió su marco multicultural. Su crecimiento facilitó la formación de agrupaciones transnacionales y de poetas alejados de los contextos Nuyorican. Esta expansión consolidó una red global de performers que, aunque influenciados por la tradición oral y comunitaria del Nuyorican Poets Café, establecieron circuitos y referentes propios en diversas ciudades del mundo.

El encuentro entre la poesía performática y las competencias de slam transformó el spoken word en una práctica estructurada por reglas específicas. El slam introdujo un formato basado en la duración reglamentaria de las presentaciones, una estética depurada orientada a la persuasión del público y un sistema de evaluación en el que la audiencia decide los ganadores. La lógica del torneo reemplazó el espacio experimental y comunitario del spoken word, desplazando la improvisación y la crudeza de los primeros encuentros en favor de estrategias más afinadas de impacto escénico.

La popularidad del slam en los años noventa y principios de los 2000 llevó a una mediatización sin precedentes del género. Poetas surgidos de este circuito se convirtieron en figuras televisivas y comerciales, con espacios en cadenas como MTV y HBO. Algunos fueron convocados por las maquinarias espectaculares de Broadway, alcanzando audiencias globales y consolidando el slam como un fenómeno cultural de gran visibilidad.

Con la llegada de las plataformas digitales centradas en el video, el spoken word encontró nuevos medios de difusión en el siglo XXI. La viralidad se convirtió en un valor esencial para los poetas, quienes adaptaron sus performances al formato audiovisual de las redes sociales. La curaduría de videos optimizados para su difusión masiva amplió el alcance del movimiento, permitiendo que poetas llegaran a públicos asincrónicos e internacionales sin necesidad de asistir a presentaciones en vivo. Esta transición consolidó al spoken word como una práctica transmedia, en la que el escenario se desplazó de los cafés y competencias a la esfera digital.

Poesia contemporánea

La poesía contemporánea puertorriqueña ha mantenido un marcado carácter anticolonial, reflejando las luchas históricas y sociopolíticas del pueblo puertorriqueño. Durante las últimas décadas del siglo XX, este impulso se intensificó en respuesta a eventos como la conmemoración del quinto centenario de la colonización española en 1992, cuando la narrativa oficial del "encuentro de dos mundos" fue rechazada por poetas y escritores que denunciaron la continuidad del colonialismo en la isla. Asimismo, la lucha por la expulsión de la Marina de los Estados Unidos de Vieques a finales de los 90 influyó en una generación de escritores que articularon una poética de resistencia, abordando la urgencia de enfrentar al imperialismo desde la literatura y los movimientos de base.

A lo largo del siglo XXI, la poesía puertorriqueña ha ampliado sus marcos de referencia, alejándose de visiones estrictamente nacionalistas y de los discursos tradicionales de la izquierda institucional. En su lugar, ha emergido una pluralidad de voces que integran perspectivas interseccionales y multisectoriales. El pensamiento posmodernista también ha jugado un papel clave, proporcionando herramientas críticas para cuestionar las narrativas hegemónicas sobre la identidad, la nación y la cultura, dando paso a expresiones poéticas que antes eran relegadas a los márgenes.

El colapso económico de Puerto Rico, agudizado por el fin de los incentivos fiscales de la sección 936 y la creciente dependencia del mercado estadounidense, desembocó en una crisis profunda que, oficialmente, se reconoce desde 2006. Esta situación ha tenido un impacto significativo en la poesía, dando lugar a perspectivas infrapolíticas que cuestionan las narrativas dominantes del Estado Libre Asociado y revalúan la función del arte en un contexto de crisis económica y modelos políticos en decadencia. Paralelamente, la emigración puertorriqueña masiva hacia Estados Unidos y otros países ha fortalecido los lazos entre la diáspora y la isla, desmontando estereotipos de traición y asimilación que históricamente pesaban sobre los puertorriqueños en el exterior.

En este nuevo panorama, la globalización neoliberal y la transnacionalización de los medios, especialmente el internet, han facilitado el surgimiento de poéticas que integran referentes culturales y activistas de alcance global. Sin embargo, estas mismas poéticas miran con recelo los mercados culturales hegemónicos, priorizando discursos y estrategias alternativas. Asimismo, el siglo XXI ha traído un creciente interés por visibilizar comunidades históricamente marginadas, no solo por las estructuras coloniales, sino también por movimientos contestatarios con tendencias patriarcales, heterosexistas y puristas a nivel lingüístico y anti-diaspórico.

El impacto del hip-hop de los años 80 y 90, el spoken word estadounidense y el surgimiento del underground y el reggaetón—este último criminalizado por el gobierno—ha sido fundamental en la configuración de nuevas poéticas. Estos géneros han abierto espacios de expresión para las clases populares racializadas, vigiladas y encarceladas en masa, proporcionando un lenguaje de resistencia frente a la represión estatal. Desde estos movimientos han surgido poéticas que reivindican el cuerpo y la sexualidad como herramientas de subversión ante el statu quo, articulando a veces discursos desde estéticas cuir, feministas y decoloniales.

Desde finales del siglo XX y a lo largo del siglo XXI, han surgido proyectos editoriales que operan desde una lógica de autogestión, resistencia cultural y colaboración comunitaria. En un contexto de crisis económica y precarización del sector editorial, estas iniciativas han permitido la producción y distribución de libros fuera de los circuitos comerciales dominantes. Además, han contribuido a la creación de redes transnacionales de escritores, poetas y artistas, facilitando intercambios con otras escenas literarias latinoamericanas, caribeñas y estadounidenses.

El impacto de estas editoriales también se ha visto potenciado por la digitalización y el acceso a redes sociales, lo que ha permitido la difusión de textos, performances y eventos poéticos más allá del archipiélago. A través de estrategias como la edición artesanal, el crowdfunding y la organización de lecturas en espacios alternativos, se ha creado un ecosistema literario más dinámico e inclusivo, en el que las poéticas contemporáneas pueden florecer sin depender de las validaciones institucionales tradicionales.

En consecuencia, la poesía puertorriqueña contemporánea ha ampliado su espectro temático y formal, dando mayor centralidad a las voces feministas, LGBTQIA+, afrocaribeñas y diaspóricas. Este proceso ha enriquecido el panorama literario, abriendo nuevas posibilidades para la expresión poética en un contexto de crisis, migración, intermedialidad, performance y transformación cultural.

Poesía contemporanea después del Huracán María

El 20 de septiembre de 2017, el huracán María atravesó el archipiélago de Puerto Rico, marcando uno de los eventos climatológicos más destructivos y mortales en la historia reciente de la isla. Sus vientos devastadores, inundaciones masivas y derrumbes transformaron el paisaje en un escenario de ruinas, pero fue el largo proceso de recuperación lo que convirtió la catástrofe en una pesadilla mayor. El abandono institucional, la degradación económica y la burocracia impuesta tanto por el gobierno local como por las entidades federales profundizaron la crisis, evidenciando la fragilidad de la infraestructura y la desprotección de la población. Entre las secuelas más significativas del huracán estuvo el apagón más extenso en la historia del archipiélago desde la instalación de su sistema eléctrico en el siglo XX, una oscuridad que no solo representó la falta de energía, sino también la desarticulación de los servicios esenciales, el colapso de los hospitales y un aumento en la mortalidad.

En este contexto de desastre y abandono, la poesía puertorriqueña contemporánea emergió con una fuerza renovada, convirtiéndose en un espacio de resistencia, denuncia y reconstrucción simbólica. Activistas, académicos, artistas y poetas han visibilizado el legado colonial de Puerto Rico y las leyes de cabotaje que perpetúan su dependencia económica para analizar no solo las consecuencias inmediatas del huracán, sino también sus efectos a largo plazo. Investigadoras como Yarimar Bonilla y Marisol LeBrón han acuñado el concepto de los "aftershocks del desastre" para describir el impacto sociopolítico y cultural que sigue manifestándose años después. En el ámbito poético, el escritor y traductor trans Roque Raquel Salas Rivera articuló la frase "no existe un mundo poshuracán", una idea que sirvió de eje temático para la primera exhibición de arte puertorriqueño en 50 años en el Whitney Museum, donde se exploraron poéticas interdisciplinarias sobre el desastre, la supervivencia y lo contestatario.

El impacto de María fue un punto de inflexión en la poesía puertorriqueña, trazando nuevas rutas de exploración temática y estética. La poesía post-María se ha caracterizado por una crítica incisiva al capitalismo colonial, la crisis climática y las desigualdades estructurales que afectan a Puerto Rico. Ha denunciado la falta de derechos humanos, la inequidad de género y hacia las sexualidades disidentes, el racismo institucional de la metrópolis estadounidense, la deuda impagable impuesta por la Junta de Control Fiscal, la vulnerabilidad de los sistemas de salud, el cierre de escuelas y la precarización de la educación. Además, ha puesto en evidencia la mediatización morbosa del sufrimiento puertorriqueño y las migraciones forzosas provocadas por las catástrofes climáticas.

En este panorama, redes de apoyo directo y comunitario en el archipiélago y la diáspora han servido como mecanismos de auxilio ante la ausencia del Estado. Poetas, críticos, escritores y editores han utilizado medios digitales, publicaciones impresas, performances y artefactos literarios para narrar la precariedad, el desplazamiento masivo y la sensación de desarraigo en las ciudades estadounidenses. La poesía ha asumido un carácter urgente e inmediato, manifestando una intensidad letrada marcada por el coraje y la rabia. Desde la insularidad y la diáspora, la palabra se ha convertido en una herramienta de combate y memoria, una manera de imaginar alternativas ante un presente fracturado por la negligencia y la colonialidad del desastre.

La carga crítica de la poesía post-María encontró un eco inmediato en las protestas masivas del verano de 2019, que culminaron con la renuncia del entonces gobernador Ricardo Rosselló. Las mismas preocupaciones que habían articulado los poetas en los años posteriores al huracán—la corrupción gubernamental, el abandono institucional, la crisis económica y la precarización de la vida—se convirtieron en detonantes de una movilización sin precedentes. En este contexto, la poesía y el activismo cultural jugaron un papel crucial, sirviendo como vehículos de resistencia y expresión colectiva. Performances, grafitis, consignas y versos tomaron las calles, entrelazando la denuncia poética con la indignación popular. Así, la lírica post-María no sólo documentó la crisis, sino que también contribuyó a imaginar y exigir un país más justo y libre de las estructuras coloniales y neoliberales que perpetúan la vulnerabilidad de Puerto Rico.

Intervenciones desde la traducción

Poetas contemporáneos han llevado sus experiencias diaspóricas a la práctica de la traducción, abordando los desplazamientos, retornos y fricciones lingüísticas que atraviesan su producción. Encarnan en cuerpo y verso las prácticas transnacionales puertorriqueñas y los movimientos entre el archipiélago, Estados Unidos, América Latina y Europa.

Muchos de estos poetas trabajan como traductores, educadores y promotores culturales. Sus distintas labores informan sus poéticas y les permiten explorar la traducción como un proceso en el que lo político, lo sociocultural, lo filosófico y lo lingüístico se intersectan y tensan. Conscientes de las exclusiones e invisibilizaciones sistémicas en el mercado editorial, particularmente en Estados Unidos, consideran la traducción como un mecanismo de legibilidad lingüística y cultural, y también como una operación que responde a las lógicas del capital. Frente a esta instrumentalización, algunos apuestan por la ilegibilidad como un gesto de resistencia.

Estos poetas visibilizan las fricciones del idioma, poniendo en primer plano las historias imperiales y de dominación colonial. No buscan ocultar las jerarquías y hegemonías de la colonización, racialización y binarismo de género, sino que las enfrentan y las reinscriben en sus textos. Desde esta perspectiva, los idiomas no son neutrales ni objetivos, sino que reflejan relaciones sociales y políticas marcadas por la desigualdad.

Entre las estrategias que emplean, una de las más destacadas es la traducción idiosincrática, en la que el traductor se convierte en un agente creativo que reescribe el texto para revelar procesos políticos y sensibles que el original podría ocultar. Otra propuesta es la creación de textos bilingües que exponen los impasses de la traducción, haciendo visibles las diferencias entre los idiomas en contacto o en conflicto. En estos textos, expresiones idiomáticas, nombres de lugares y referencias culturales se mantienen en su lengua original, subrayando la opacidad del lenguaje y su resistencia a la total asimilación y mercantilización.

La autotraducción es otra práctica central en estas intervenciones poéticas. Al asumir el proceso traductor, los poetas desnaturalizan el tránsito lingüístico y evidencian la performatividad del acto de traducir. Aunque frágil, la autotraducción se presenta como un modelo de soberanía lingüística y cultural, en el que la voz del poeta-traductor se sitúa en el umbral de los lenguajes y sus tensiones.

Estas prácticas poéticas desde la traducción amplifican las fracturas del discurso colonial y proponen nuevas formas de habitar la diáspora y los procesos migratorios.

Referencias

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Rojo Robles es escritor, cineasta y profesor puertorriqueño. Obtuvo una licenciatura en teatro y una maestría en literatura comparada de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, y completó un MPhil y un doctorado en culturas latinoamericanas, ibéricas y latinas en el Graduate Center de CUNY. Actualmente se desempeña como profesor asistente de estudios negros y latinos en Baruch College (CUNY), donde enseña literatura, cine y culturas intermedias con énfasis en Puerto Rico.

Cómo citar este ensayo:

Robles, Rojo. “Movimientos Poéticos Puertorriqueños”. Proyecto de la literatura puertorriqueña/Puerto Rican Literature Project, 2025, https://plpr.uh.edu/s/es/page/movimientos-poeticos-puertorriquenos.