El ruiseñor
Yo aplaudo al ruiseñor cuando á la hora
en que despierta perezosa el Alba,
él vierte trinos, de alborozo llenos,
como la aurora lágrimas.
Yo aplaudo al ruiseñor al medio día
porque, de árbol en árbol cuando salta,
quema, creyente, en el altar de Febo
no incienso, alas….
Yo aplaudo al ruiseñor cuando á la Tarde
—su novia— ofrece quejumbrosa cántiga,
y le aplaudo también cuando á la Noche
entona una plegaria . . . .
II.
Mas si alevoso huésped, por codicia,
del recinto selvático le arranca
para dejarle prisionero alado
dentro la odiosa jaula;
si el pobre ruiseñor cierra su pico,
enfermo plega las oscuras alas
y romper no pudiendo sus cadenas
muere de rabia….
entonces ¡oh! No sólo del aplauso
agito yo las palmas,
sino que, noble, sin igual y altiva,
doy forma á esta pregunta temeraria:
¿Por qué los pueblos que aherreojó el tirano
también no aprenden á morir de rabia?
Gonzalo Marin, Francisco, "El Ruiseñor," Romances. New York, 1892. PP. 87-88